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sábado, 26 de marzo de 2011

LA MISIÓN DE LOS DISCÍPULOS AL SERVICIO DE LA VIDA

DISCIPULADO:
A LA ESCUCHA PERMANENTE DE DIOS Y DE SUS DESIGNIOS
-UNA VISIÓN BÍBLICA-


1. INTRODUCCIÓN

Antes de continuar conviene definir los términos que componen el título de la ponencia. En primer lugar, por discípulo (mathetes) entendemos en general a un escolar que está en relación con un maestro para ser instruido por él; pero en los evangelios con este término se hace referencia al pequeño grupo de discípulos que siguen a Jesús. En este caso, se trata de un número reducido de personas, que hasta pueden caber todos dentro de una barca (Mc 6,45-52), o hacer reuniones en una casa (7,17; 9,28). En sentido más restringido, discípulo es el que se adhiere a una doctrina y vive conforme a ella. En este sentido ya los profetas tenían sus discípulos, así como los fariseos (ellos tenían talmidim a quienes instruían en la Escritura y en las tradiciones de los padres: Mc 2,18; Mt 22,16) y Juan Bautista (Mt 9,14; 11,2; Jn 1,35). En los hechos de los Apóstoles son discípulos todos los que abrazan la fe de Jesús, de tal manera que discípulo viene a ser lo mismo que cristiano (Act 6,1; 9,19). Los invito para que profundicemos un poco más en la raíz hebrea del término discípulo: el sentido fundamental de la raíz hebrea lmd es el de “hacer experiencia o adquirir familiaridad con alguna cosa”. No solamente desde el punto de vista intelectual, sino que el conocimiento y el aprendizaje implican una experiencia existencial de toda la persona. Es familiarizarse con la propuesta de vida que viene comunicada. El discípulo de la Toráh, no solo la estudia y la examina, sino que al mismo tiempo la observa y la pone en práctica. Todo maestro en Israel dependía de la Toráh que lo precedía y lo guiaba a una experiencia vital con ella. Para él, la vía de la sabiduría comenzaba desde la fe, es decir, desde la acogida alegre y vivida de la Toráh.

Para poder tener esta experiencia de la Palabra de Dios que llevaba a escuchar al Dios de la Palabra, es que nace la escucha: Shemá’. En Dt 6,4-9: leemos: escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y diligentemente las enseñarás a tus hijos, y hablarás de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Y las atarás como una señal a tu mano, y serán por insignias entre tus ojos. Y las escribirás en los postes de tu casa y en tus puertas.

Todo Israel, es decir, cada hebreo en particular, es interpelado para que escuche. Todos los creyentes hebreos deben entonces escuchar las palabras del Shemá’, aprenderlas de memoria, hacer de ellas norma (camino) de vida y comunicarlas a sus descendientes.

1.1 Adán-Eva

La primera vez que aparece en la Biblia el verbo escuchar (Shemá’) es en el libro del Génesis y en un contexto muy particular: y oyeron la voz del Señor Dios que se paseaba en el huerto al fresco del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia del Señor Dios entre los árboles del huerto. (Gn 3,8). Casualmente se trata en un contexto, donde nuestros primeros padres no fueron capaces de escuchar (obedecer) la voz primera del Señor: de todo árbol del huerto podrás comer, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás (Gn 2,16). La no escucha de la voz de Dios causa tristeza y angustia, que desemboca en un esconderse de Dios. Lo cual es contrario al plan de salvación. Dios creó al hombre a imagen y semejanza para que entrara continuamente en contacto con él, para que hubiera una relación de amistad. Cuando el hombre desobedece a Dios, busca escondederos por todos lados: ante el terror del Señor los hombres se esconderán entre las rocas (Is 2,19). Los primeros padres disciernen la voz del Señor que los interroga dentro de sus corazones por sus acciones.

1.2 Los Patriarcas

Los patriarcas escuchan la voz de Dios desde la experiencia de vida, en medio de sus dificultades cotidianas, en los conflictos familiares, en los conflictos tribales, con los pueblos vecinos. No debió ser nada fácil para Abraham atender a la voz de Dios cuando le pide que sacrifique a su Hijo, al unigénito, al que más quiere, a Isaac. Pero después de cumplir con todos los rituales del caso para el sacrificio, Dios no sólo le vuelve a hablar, sino que por haber escuchado su voz, le revela todos sus designios para con la humanidad entera: y en tu simiente serán bendecidas todas las naciones de la tierra, porque tú has obedecido mi voz (Gn 22,18; 26,5).

Una de las claves como se puede leer el libro Génesis es a partir de la experiencia de José: ahora pues, no os entristezcáis ni os pese por haberme vendido aquí; pues para preservar vidas me envió Dios delante de vosotros (Gn 44,5). José escucha dentro de su corazón la voz de Dios que lo invita a la reconciliación con sus hermanos y es allí donde se desencadena un hondo discernimiento de su propia historia, para descubrir que detrás de todo estaba el designio amoroso de Dios para con su familia. Si no hubiera sido así, el pueblo hubiera perecido de hambre, pero el Dios de la vida quiso salvarlos de esa manera.

Saber escuchar, obedecer, leer los designios de Dios y comunicarlos a la gente, no es fácil, pero esta es la tarea y la razón de ser del discípulo. Dios actúa siempre con el concurso de los hombres, Dios por sí solo no trabaja, no crea, no organiza, no pone orden a la vida del hombre. Por esta razón el hombre tendrá que estar dispuesto a la escucha de Dios que puede hablar de distintas maneras, tendrá que entrenarse en el discernimiento que por lo general lo hace con el concurso de la humanidad, y finalmente a la acción para llevar el mensaje a los mismos hombres.


2. LOS DISCÍPULOS DE DIOS

2.1 Moisés

Entre todos los maestros de Israel sobresale la figura de Moisés, que enseña a su pueblo la Toráh en nombre de Dios; a su vez los israelitas enseñan a sus hijos en una cadena ininterrumpida que se constituye en tradición viva del pueblo de Dios.

Moisés no tiene discípulos particulares, sino que todo Israel es su discípulo. Por tanto, todos los maestros en Israel se deben poner a la escuela de Moisés, pero ninguno podía abrogarse el título de maestro como Moisés. La más grande ambición de un maestro era desaparecer para que resplandeciera la enseñanza de Moisés.

Moisés aprendía de Dios, con el cual hablaba cara a cara (Dt 34,10). El único maestro es el Señor, pero Él viene al encuentro de cada discípulo por medio de la enseñanza de Moisés. Moisés se encuentra con Dios en el Sinaí, lo escucha… entiende que tiene una misión: dar a conocer la voluntad de Dios para un pueblo que sufre… es en la intimidad del Sinaí donde puede escuchar la voz de Dios y empezar a descubrir sus designios, pues antes quería liberar al pueblo con sus propias fuerzas, con la violencia, matando a un egipcio. Dios le hace ver que su proyecto es distinto, pero primero tiene que escuchar y discernir lo que Dios le comunica.

La figura que se contrapone aquí a Moisés es la del Faraón de Egipto, de él se dice que su corazón se endurece para no escuchar la voz de Dios (Ex 7,13). En la antigüedad el rey era quien tenía la máxima comunicación con la divinidad, a él se le revelaban los secretos divinos para con la humanidad. Pero en el caso de Faraón de Egipto, es todo lo contrario. Dios se vale del joven para que le revele los designios de Dios para con su pueblo al Faraón, éste no escucha la voz de Dios, y sobreviene sobre él y sobre su pueblo todos los castigos divinos.

Me llama la atención en Moisés, que es capaz de llevar a todo el pueblo a que escuche y discierna la voz de Dios. No solo comunicando un mensaje, sino que el pueblo lo experimentó cuando Dios intervino con ellos sacándolos de la esclavitud. Este es el hecho fundante de la historia de Israel e incluso de la concepción de la creación del mundo. El concepto de creación nace aquí, cuando el pueblo experimenta la acción de Dios. Porque en la Biblia una y otra vez se necesita un Dios que haga, no un Dios que sólo diga, no un Dios teórico, sino práctico. Esto se vive repitiendo continuamente sobre todo en los salmos… ¿qué Dios hace las maravillas que hace nuestro Dios? (Sal 73,13).

Una vez que el pueblo pasa a ser discípulo de Dios, tendrá que escucharlo y obedecerle, pero no pocas veces se dice que el pueblo es de dura servidumbre y que cae fácilmente en el desaliento; y por tanto, no escucha la voz de Moisés incurriendo en la misma actitud de Faraón (Ex 6,9). Una manera de obedecer plenamente a Dios es acatando las leyes, si se observan el pueblo se gana la bendición de Dios: y sucederá que si obedeces diligentemente al Señor tu Dios, cuidando de cumplir todos sus mandamientos que yo te mando hoy, el Señor tu Dios te pondrá en alto sobre todas las naciones de la tierra. Y todas estas bendiciones vendrán sobre ti y te alcanzarán, si obedeces al Señor tu Dios (Dt 28,1-2)

2.2 Samuel

Ahora pensemos en Samuel, otro discípulo de Dios (1Sam 1,1-2,11). Ana es una mujer estéril y por su puesto, una mujer que sufre, que es rechazada. En medio de su angustia clama al Señor… y el Señor la escucha en su oración, de tal manera que el Sacerdote Elí, le dice que vaya a su casa, porque el Señor la ha escuchado. En el diálogo de Ana con Yahvéh, ella escucha en su interior la voz de Dios que la invita a que ofrezca al Señor el fruto de sus entrañas, si nace varón. Todas las cosas ocurren de una manera perfecta y el relato lo deja notar. Ana lleva a su hijo, lo presenta al sacerdote Elí, quien lo acoge como su ayudante en el Templo. Un día Dios quiere confirmar aquello que hacen los hombres. Es decir, Dios quiere aprobar el deseo y la intención de Ana, lo que se le había sugerido en la oración. Entonces llama al niño Samuel para su servicio.

Seguramente muchas veces hemos meditado este relato de vocación, que resulta ser paradigmático en la Biblia. El niño está durmiendo, cuando empieza el llamado de Dios. El autor sagrado está listo para decirnos que por aquél tiempo era rara la Palabra de Dios y no eran corrientes las visiones (1Sam 3,1). Con esta información está insinuando que se tenía que tener un oído afinado para poder escuchar la voz de Dios; de lo contrario, Dios podría hablar, pero el hombre no escuchar. Por otra parte, se insinúa que se esperaba con ansia la Palabra, como el centinela a la aurora, pero que era rara la Palabra de Yahvéh. Si esto es así, entonces aquí va suceder algo extra-ordinario. Con Dios siempre suceden cosas extraordinarias, nada con Dios es ordinario o superfluo.

Parece ser que en la oscuridad de la noche, es cuando Dios comienza la llamada a Samuel, el texto dice que tanto Elí como Samuel ya estaban acostados. Estar acostado es signo de alejamiento de la cotidianidad, del trabajo, de aquello que se hace diariamente, lejos del mundo, para poder conciliar el sueño. Es el mejor momento para reflexionar, entrar dentro de sí y repasar no solo la jornada, sino la vida. En este contexto ocurren las tres llamadas de Dios al niño Samuel.

En los tres casos la llamada necesita ser discernida. El niño Samuel comienza a escuchar una voz que no le era conocida, ni familiar a sus oídos. La confunde inmediatamente con la voz de su maestro habitual que era Elí. Sin embargo, el malentendido se evidencia inmediatamente: yo no te he llamado (1Sam 3,5). Esta situación se repite tres veces, hasta que finalmente Elí descubre que es el Señor quien está llamando al niño. Es decir, el que tendría que haber entendido desde el principio, o aún más, haber escuchado la voz de Dios, por ser el sacerdote del Santuario, ahora tiene trabajo para discernir lo que está pasando entre el joven Samuel y Dios.

El niño escucha, pero no entiende, tiene que afinar el oído y dejarse ayudar del sacerdote Elí. Esto ocurre muchas veces en nuestra vida, cuando escuchamos la voz de Dios pero necesitamos de alguien que nos ayude a verificar, que en primer lugar es Dios quien nos llama, y en segundo lugar, qué quiere de nosotros… Muchos Elís, en nuestra vida.

El autor sagrado hace un paréntesis en medio de las tres llamadas para decirnos que aún no conocía Samuel a Yahvéh, pues aún no le había sido revelada la palabra de Yahvéh (1Sam 3,7). A Dios se le conoce es por su palabra, cuando se presta el oído para escucharla. La primera actitud para poder conocer a Dios, es poder escucharlo. Por eso la Biblia insiste siempre en la escucha como fuente de conocimiento, muy distinto del mundo griego, y del mundo latino. Entre los hebreos algo es verdad y se constituye en elemento de veracidad porque se escuchó, para los griegos, algo es cierto porque se vio; y para los romanos algo es cierto porque se palpó o se contempló. Esta es la clave para entender más adelante el mensaje del evangelio que se proclama en la primera carta del apóstol San Juan: lo que hemos oído, lo que hemos visto, lo que hemos palpado, esto os lo anunciamos…(1Jn 1,1.3).

En coherencia con esta sentencia anterior el niño Samuel tiene la gracia y el don de empezar a conocer a Dios. Pero la escucha está al primer puesto como es lógico. Por esta razón Elí le dice: vete y acuéstate y si te llaman dirás: habla Señor que tu siervo escucha. Elí, quien ha ayudado al discernimiento del joven Samuel, sabe perfectamente que la manera de poder entrar en contacto con Dios es por medio de la escucha. A veces es un poco contrario a nuestra manera de dialogar con Dios. Muchas veces invertimos los papeles y decimos más bien: escucha Señor que tu siervo habla. Dios se manifiesta entonces en el silencio de la noche, cuando el corazón del hombre está dispuesto para la escucha. Así lo hizo con Elías desde el monte Horeb, fue en el sonido del silencio de una brisa suave cuando Dios habla al profeta (1Re 19,13).

Yahvéh llama por cuarta vez como las veces anteriores pero el joven Samuel ya capta que es la voz de Yahvéh y responde con la misma fórmula que le ha enseñado Elí: habla, Señor que tu siervo escucha. E inmediatamente se produce la cosa más hermosa: Dios revela a Samuel todos sus designios, todo lo que pretende hacer. Así actúa Dios: ya lo había hecho con Abraham, cuando le cuenta que va a destruir las ciudades de Sodoma y Gomorra: y el Señor dijo: ¿Ocultaré a Abraham lo que voy a hacer, puesto que ciertamente Abraham llegará a ser una nación grande y poderosa, y en él serán benditas todas las naciones de la tierra? Porque yo lo he escogido para que mande a sus hijos y a su casa después de él que guarden el camino del Señor, haciendo justicia y juicio, para que el Señor cumpla en Abraham todo lo que Él ha dicho acerca de él (Gn 18,17).

Aquí a Samuel Dios le revela todo, paso por paso de lo que pretende hacer: voy a ejecutar una cosa en Israel que a todo el que la oiga le zumbarán los oídos. Nuevamente se habla de la escucha de las obras del Señor como medio para conocerlo a Él. El Señor revela a Samuel cuanto pretende hacer en contra de la Casa De Elí.

Lo más hermoso es ver que aquí se dan todos los elementos que venimos trabajando en esta ponencia: La voz de Dios, la escucha del hombre, el discernimiento por parte de quien escucha, con la ayuda de otro hombre más experimentado en el contacto con Dios. La revelación del designio de Dios, y finalmente el anuncio; la proclamación. El Señor envía a Samuel con el mensaje: Tú le anunciarás (1Sam 3,13).

Samuel sigue acostado hasta el día siguiente cuando tendrá que anunciar a Elí, no solamente lo sucedido, sino el mensaje de Dios, su designio para con su casa. El texto sugiere un discernimiento posterior, durante la noche, del mensaje que Dios le ha dado al niño Samuel para ser manifestado a Elí. El texto dice que Samuel manifestó todo, sin ocultarle nada. Es decir, la voluntad de Dios ya es conocida en su totalidad por Elí, gracias a Samuel que llegó a ser verdadero discípulo de Dios.

Lo más sorprendente de este pasaje es la conclusión general: Samuel crecía, Yahvéh estaba con él y no dejó caer en tierra ninguna de sus palabras (1Sam 3,19). La expresión califica a Samuel como un verdadero discípulo que ha sabido escuchar a Dios, disponer su corazón para la escucha y transmitir fielmente el designio de Dios para sus destinatarios. No dejar caer por tierra ninguna de las palabras de Yahvéh es una expresión muy diciente. Más adelante Jesús de Nazaret irá a decir: cielo y tierra pasarán mas mis palabras no pasarán (Mt 24,35; Mc 13, 31; Lc 16,17; 21,33). El Apóstol Pablo dirá “no hago nula la gracia que viene Dios (Gal 2,21).

El profeta Samuel supo acoger la totalidad del mensaje de Dios... Como lo va a hacer Jesús más adelante en el N.T. (volveremos más adelante sobre este argumento). Samuel tuvo que luchar contra la desobediencia de su rey Saúl, tratando de volverlo al camino del Señor. No haber escuchado ni obedecido a Dios le costó a Saúl la corona del reino (1Sam 13,13-14). Son muy dicientes las palabras de Samuel a Saúl: y Samuel dijo: ¿Se complace el Señor tanto en holocaustos y sacrificios como en la obediencia a la voz del Señor? He aquí, el obedecer es mejor que un sacrificio, y el prestar atención, que la grosura de los carneros. Porque la rebelión es como pecado de adivinación, y la desobediencia, como iniquidad e idolatría. Por cuanto has desechado la palabra del Señor, Él también te ha desechado para que no seas rey (1Sam 15,22-23). La Biblia nos regala ejemplos de quienes no han querido ser discípulos de Dios, sobre todo cuando presenta la fidelidad e infidelidad de los reyes durante el desarrollo de la monarquía en Israel (1Re).

2.3 Isaías

Recordemos entonces, que la particularidad del discípulo con respecto al Maestro es la escucha; Moisés escucha a Dios, pero es Isaías quien mejor nos va a mostrar esta relación íntima, de tal modo que nos ayuda incluso a vislumbrar perfectamente nuestro tema en estudio: el Señor Dios me ha dado lengua de discípulo, para que yo sepa sostener con una palabra al fatigado. Mañana tras mañana me despierta, despierta mi oído para escuchar como los discípulos. El Señor Dios me ha abierto el oído; y no fui desobediente, ni me volví atrás (Is 50,4-5).

En este texto podemos ver perfectamente cuál es el designio de Dios para con el hombre por medio de su discípulo: sostener con una palabra al fatigado. Aquí encontramos una mina inexplotable para meditar nuestro tema, cuál es la relación del discípulo con Dios. El Señor es quien llama y proporciona los medios para la misión. Él es el que da lengua de discípulo: es la actitud de disponibilidad para aprender. Tal aprendizaje no es posible si no se despierta el oído para la escucha, en la experiencia del profeta es Dios mismo quien dispone el oído para la escucha de la palabra. El discípulo escucha permanentemente: mañana tras mañana. En otras palabras, el discípulo está vigilante para la escucha y con expectación de palabra: como el alma espera al Señor, como el centinela a la aurora (Sal 130,6).

El Señor abre el oído pero se necesita la colaboración y disponibilidad del discípulo, escuchar: significa obediencia y perseverancia para ejercer el discipulado. No volverse atrás significa dar una respuesta firme y decidida, y con desprendimiento. La actitud de volverse atrás implica rechazar la llamada al discipulado: tal fue la actitud del rico en el evangelio, e inmediatamente de él se dice que se alejó triste porque tenía muchos bienes (Mc 10,22).

Encontramos en este pasaje de Isaías también, los elementos de la escucha: prestar atención permanente con el oído, luego discernir lo escuchado y finalmente actuar. Hay muchas voces que pululan en el mundo, el discípulo de Dios tendrá que saber discernir cuál es la voz de Dios y poder descubrir sus designios a fin de poder ponerlos en práctica.

Isaías sabe que la misión es ardua, que su palabra puede ser escuchada o rechazada, por tanto su confianza la debe poner solo en Dios quien lo ha enviado: y Él dijo: Ve, y di a este pueblo: "Escuchad bien, pero no entendáis; mirad bien, pero no comprendáis. Haz insensible el corazón de este pueblo, endurece sus oídos, y nubla sus ojos, no sea que vea con sus ojos, y oiga con sus oídos, y entienda con su corazón, y se arrepienta y sea curado (Is 6,8-10). Esta confianza en Dios la tendrá que proclamar a su pueblo, pues es en la escucha cuando Dios revela sus planes: inclinad vuestro oído y venid a mí, escuchad y vivirá vuestra alma; y haré con vosotros un pacto eterno, conforme a las fieles misericordias mostradas a David (Is 55,3; cf. 50,10).

2.4 Jeremías

Otro ejemplo paradigmático del discípulo que escucha a Dios para descubrir sus designios es sin duda el profeta Jeremías: y vino a mí la palabra del Señor, diciendo: Antes que yo te formara en el seno materno, te conocí, y antes que nacieras, te consagré, te puse por profeta a las naciones. Entonces dije: ¡Ah, Señor Dios! He aquí, no sé hablar, porque soy joven.  Pero el Señor me dijo: No digas: "Soy joven", porque adondequiera que te envíe, irás, y todo lo que te mande, dirás. No tengas temor ante ellos, porque contigo estoy para librarte -- declara el Señor. Entonces extendió el Señor su mano y tocó mi boca. Y el Señor me dijo: He aquí, he puesto mis palabras en tu boca. Mira, hoy te he dado autoridad sobre las naciones y sobre los reinos, para arrancar y para derribar, para destruir y para derrocar, para edificar y para plantar (Jr 1,4-10)

El texto nos manda a los más remotos orígenes cuando Dios omnisciente conoce la historia de la humanidad y sus proyectos de salvación. El profeta es conocido por Dios, antes de que se tejiera en el seno materno, desde allí ya estaba puesto aparte para ser su discípulo-profeta.



No es fácil entender y comprender la misión pues el mismo profeta lo reconoce y pone la objeción de la edad. Para Dios no hay nada imposible dentro de sus planes. El envío misionero aquí se hace evidente, pero en medio de todas las adversidades y conflictos, el Señor le asegura su presencia.

Inmediatamente viene a la mente el envío misionero por parte de Jesús a sus discípulos después de la resurrección en el monte de Galilea: Id por todas partes… yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28,16-20). Y por otro lado, la presencia del Espíritu durante las tribulaciones de los enviados con las palabras justas: y cuando os lleven y os entreguen, no os preocupéis de antemano por lo que vais a decir, sino que lo que os sea dado en aquella hora, eso hablad; porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu Santo (Mc 13,11).

En la autoridad que le da Dios a Jeremías se expresan perfectamente sus designios para con el profeta y para con su pueblo (1,10). Más adelante Dios le revelará como a un amigo, su plan en contra del enemigo de la época que es Babilonia: por tanto, oíd el plan que el Señor ha trazado contra Babilonia, y los designios que ha decretado contra la tierra de los caldeos; ciertamente los arrastrarán, aun a los más pequeños del rebaño; ciertamente a causa de ellos hará una desolación de su pastizal (Jr 50,45).

Lo que más quiero resaltar de Jeremías es que él se considera todo de Dios, no solo se pone en adelante a la escucha de Dios, al diálogo íntimo con Él, a hacer su voluntad, sino que se reconoce todo de Él: Señor, yo sé que el hombre no es dueño de su destino, que no le es dado al caminante dirigir sus propios pasos (Jr 10,23; cf Rom 14,7-8 somos de Cristo…).

Jeremías tendrá que enfrentarse a los dirigentes: reyes (21,1-22,8), sacerdotes (20,1-6; 26) y profetas (23,9-40; 26,29), pero también a su propio pueblo. En medio de rechazos y adversidades va a experimentar las vicisitudes del ministerio y las va a presentar en diálogo al Señor en sus “confesiones” o plegaria ministerial (11,18-12,6; 15,10-21; 17,14-18; 18,18-23; 20,7-18). Su vida célibe, y en gran parte solitaria, anuncia la tragedia de su pueblo (16,1-13; 15,17). La pasión por la que atraviesa tiene como punto de interés resaltar el rechazo de la palabra de Dios proclamada por el profeta (36-45). Así la vida entera del profeta se convierte en palabra viviente de Dios para su pueblo. Tal vez por esta razón, para Mateo se convierte en el profeta que mejor ayuda a comprender la identidad de Jesús (cf Mt 16,14).


3- LOS DISCÍPULOS DE JESÚS

No hay duda que en el N.T. Jesús de Nazaret, no solo llama personas para el discipulado, sino que Él mismo se convierte en el modelo de discípulo. En efecto, en Él la escucha del Padre es perfecta en la oración (Mc 1,35; 6,46; 14,32ss; Lc 6,12; 9,28; 22,45), su discernimiento de la voluntad de Dios es permanente (sobre todo en el Getsemaní Mc 14,32-42), su obediencia es hasta la cruz (Fil 2,8), y su proclamación del mensaje nos trajo la vida. Jesús fue obediente en todo al Padre, porque lo amaba. De hecho, Él es consciente de que todo lo que hace, lo hace, no por su voluntad, sino dando a conocer su voluntad: el Hijo no puede hacer nada por su propia cuenta, sino solamente lo que ve que su padre hace, porque cualquier cosa que hace al Padre, la hace también el Hijo (Jn 5,19.30; 7,16.28; 8,16.26.28.38). Esta misma relación de amor-obediencia la transmite a sus discípulos: ¿Quién es el que me ama? El que hace suyos mis mandamientos y los obedece… el que me ama obedecerá mi Palabra (Jn 14,21-23; cf 14,15).

Notemos que según el evangelio de Lucas Jesús recurre a la Escritura para entender su vocación, cuando lee el pasaje del libro del profeta Isaías (Lc 4,10-19). En otras palabras, recurre a la Palabra de Dios para descubrir los designios de Dios. La Escritura y su pueblo le ayudaron a entender su propia vocación: el temor se apoderó de todos, y glorificaban a Dios, diciendo: Un gran profeta ha surgido entre nosotros, y: Dios ha visitado a su pueblo. Y este dicho que se decía de Él, se divulgó por toda Judea y por toda la región circunvecina (7,16-17).

Jesús enseñó a discernir a sus seguidores la voluntad de Dios. En efecto, cuando les pregunta si han entendido lo que habían escuchado, y ellos contestan: Sí. Inmediatamente después, encontramos estas palabras de Jesús: por eso todo escriba que se ha convertido en un discípulo del reino de los cielos es semejante al dueño de casa que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas (Mt 13,52). Notemos que primero aparece lo nuevo, es decir, Jesús. En este mismo sentido San Pablo hace lo mismo con su comunidad de Tesalónica: no apaguéis el Espíritu; no menospreciéis las profecías. Antes bien, examinadlo todo cuidadosamente, retened lo bueno; absteneos de toda forma de mal (1Tes 5,19-22).

3.1 El discipulado de Jesús según San Marcos

El discipulado al que Jesús llama en los evangelios (y en general en el N.T.), se enmarca dentro de los parámetros de los discípulos de Dios en el primer Testamento, pero a la vez se distancia produciendo la novedad del “evento Cristo”. Jesús comienza llamando indistintamente parejas de hermanos (Mc 1,16-20), o personas singulares (Leví: 2,13-14; el rico: 10,21; el ciego de Jericó: 10, 49-50). En la óptica de los sinópticos, Jesús constituye un grupo de doce personas con objetivos bien precisos: para que estén con Él, para enviarlos a predicar y para expulsar demonios (Mc 3,14). Así como en el Antiguo Testamento el discípulo de Dios permanecía a la escucha y al discernimiento de sus designios de la misma manera lo hará el discípulo de Jesús.

En efecto, la primera parábola que Jesús pronuncia en el evangelio de Marcos es programática (parábola del sembrador 4,3-9); en ella se vislumbra lo que le va a pasar a Jesús durante su ministerio; la forma como Él va a ser acogido o rechazado por las distintas personas y grupos con quienes interactuará. Dentro de estos grupos están los discípulos y ellos también tendrán que acoger o rechazar las enseñanzas del Maestro. En efecto, al final en el momento de la pasión, las cosas se complican; Judas, uno de los suyos lo traiciona y lo entrega a las autoridades, Pedro lo niega por tres veces y el resto de los discípulos lo abandonan definitivamente después del arresto (14,50).



La parábola del sembrador, o de los terrenos, comienza y termina con la invitación a la escucha (4,3.9). Pero después que Jesús expone su enseñanza con la parábola, los discípulos junto con las demás personas que estaban presentes piden una explicación de la parábola. Jesús responde haciendo referencia al misterio del Reino de Dios, es decir, al designio de Dios que se da a conocer ahora para quienes lo escuchen, y para quienes lo acojan.

Sin embargo, la sorpresa de Jesús se da cuando los discípulos no comprenden la parábola, porque entonces, cómo irán a comprender de ahora en adelante, las demás parábolas. Esto inquieta a Jesús, pues los llamó para que estuvieran con Él a fin de recibir y entender todas sus enseñanzas y su estilo de vida.

La dinámica del evangelio revela, por una parte, la identidad de Jesús, y por otra, la incomprensión de los discípulos. Más adelante, en el primer relato de la barca ante la tempestad calmada, los discípulos despiertan a Jesús, pues piensan que todos van a perecer de la misma manera, es decir, ven en Jesús una persona igual a ellos. De hecho, cuando Jesús calla al mar y al viento, y cesa la tempestad, ellos se sorprenden y se preguntan por Jesús: ¿Quién es Éste, que hasta el viento y el mar le obedecen? (4,41).

Por solo mencionar los relatos de barca, en el segundo relato ellos ven a Jesús como un fantasma (6,49). El evangelista no duda en decir, que era que su mente estaba embotada (6,52). En el tercer relato de la barca (8,14-21) la incomprensión se hace evidente cuando Jesús les habla del cuidado con la levadura de Herodes y ellos piensan en la carencia de pan. La levadura era precisamente el movimiento de oposición a Jesús que crecía cada vez más. Pero ellos no entienden, y Jesús los regaña fuertemente:¿Por qué discutís que no tenéis pan? ¿Aún no comprendéis ni entendéis? ¿Tenéis el corazón endurecido? Teniendo ojos, ¿no veis? Y teniendo oídos, ¿no oís? (8,17-18). Y el pasaje termina con una palabra de Jesús aún no entendéis (8,21).

La curación del ciego de Betsaida por etapas refleja el proceso que Jesús tiene que seguir para curar la ceguera de sus discípulos (8,22-26). Ellos están fallando en lo principal: en la identidad de Jesús. Por tal motivo de ahora en adelante se tendrá que clarificar totalmente este tema: Jesús pregunta por su identidad (8,27), de aquello que la gente opina y de aquello que piensan los discípulos. Pedro responde diciendo que Jesús es el Mesías (8,29), pero esta respuesta es insatisfactoria. Jesús mismo les anuncia su pasión muerte y resurrección, pero Pedro se opone totalmente a la manera de pensar tanto de Dios como de Jesús. Esto ocasiona a la vez la reacción de Jesús, porque el discipulado está en crisis. El discípulo no está escuchando al Maestro, no está siguiendo los designios de Dios (en griego: dei 8,31), deja su puesto de seguidor para ponerse delante del Maestro. Jesús lo invita a ponerse en su lugar: pásate detrás de mí (8,33), tal como lo había llamado en el lago de Galilea (la misma expresión en 1,17).

Estando así las cosas, Jesús vuelve a hacerles un nuevo llamado a los discípulos, junto con todas las personas que quieran seguir a Jesús: el que quiera ir detrás de mí, que tome su cruz y que me siga (8,34). La nueva invitación de Jesús al seguimiento involucra el valor fundamental para el hombre que es la vida. Quien la pierda en este mundo por Cristo y por el evangelio, la ganará para la vida eterna (8,35).

Pero será el Padre Celestial, quien muestre a los tres discípulos la verdadera identidad de Jesús, con el evento bellísimo de la Transfiguración (9,2-8). El quiere revelar sus designios a la humanidad en la persona de Jesús. Por tanto, después del diálogo de Jesús con Moisés y Elías, el Padre concluye diciendo: este es mi Hijo amado, escuchadle (9,7). Los discípulos no tendrán más que escuchar a Moisés, ni a Elías, sino a Jesús mismo. A Él tendrán que obedecer de ahora en adelante. El interés de Jesús por la comprensión de los discípulos continúa a lo largo del evangelio, con los dos siguientes anuncios de pasión (9,31; 10,33), donde después de ellos se refleja una situación de incomprensión mayor. Cuando Jesús entra en Jericó, cura al ciego Bartimeo, quien lo sigue en el camino como un último discípulo (10,52).

Después de la actividad en Jerusalén (11,12), y el discurso escatológico (cap 13). Se produce el clímax de la incomprensión, cuando los discípulos prometen acompañar a Jesús incluso hasta la muerte si es necesario (14,31). Jesús por su parte, en medio de su miedo y angustia entra en oración en el Getsemaní, mientras los valerosos discípulos comienzan a dormir. Jesús les da órdenes para que vigilen y oren, pero ellos no escuchan porque sus ojos estaban cargados de sueño. En otras palabras, aquí los discípulos no escuchan a Jesús, y por tanto, no lo obedecen. El evangelista Marcos nos pone en guardia, porque el discipulado está fallando por la falta de escucha.

Jesús vence su temor con la oración, en el contacto con el Padre, mientras que los discípulos, por el contrario, se llenan de temor. Jesús los invita a salir al encuentro del Traidor, y allí, en el momento del arresto, todos lo abandonan y huyen (14,50). Ante este panorama, Jesús afronta solo, sin discípulos, su pasión, muerte y resurrección. El joven que anuncia la resurrección de Jesús a las mujeres, les da la orden de comunicar a Pedro y a sus discípulos que Jesús los verá nuevamente en Galilea, tal como se los había prometido (14,28). Se trata del tercer llamado para los discípulos, al seguimiento de Jesús. Es después de la resurrección que ellos escucharán al Maestro, tendrán la experiencia pascual y podrán proclamar el evangelio.

3.2 Las tres llamadas para los discípulos de Jesús

Concluyendo esta presentación de los discípulos en Marcos, encontramos que ocurren tres llamados para ellos, tal como vimos en el A.T. con la vocación de Samuel (1Sam 3,1-20). La primera llamada funda la relación con Jesús y ofrece a quien ha sido llamado la posibilidad de conocerlo por medio de una comunión de vida. Así llama a los cuatro primeros discípulos bordeando el lago de Galilea, con quienes inicia su actividad pública mostrándoles su autoridad en la enseñanza y su poder para operar milagros. Luego, agrega a Leví, cobrador de impuestos y finalmente constituye su grupo específico de doce incluyendo a Judas, el que más adelante lo entregará (cf. 1,16-20; 2,13-14; 3,16-19). Con ellos inicia un proceso de instrucción, incluso en privado; de tal manera que pudieran ir


comprendiendo la identidad de Jesús. En efecto, hasta la mitad del evangelio (8,26), ellos tienen un incipiente conocimiento de la persona de Jesús, y lo siguen pensando en la línea davídica del Mesías fuerte y poderoso (8,29).

Pero Jesús corrige esta concepción con su primer anuncio de pasión (8,31) y les hace el segundo llamado para que lo sigan pero con una concepción distinta de la que ellos tenían y esperaban (8,34). Tendrán que tomar la cruz, negarse a sí mismos, pensar en perder la vida, y esta será la manera como ocurre seguir al Maestro, el cual de ahora en adelante caminará hacia su destino de muerte.

Esta segunda llamada comporta una enseñanza más cuidadosa y más frecuente para sus discípulos, incluyendo la revelación del Padre: este es mi Hijo amado, escuchadlo (9,7). Sin embargo, pareciera que es el período más oscuro y de mayor ceguedad en la comprensión. En efecto, la finalidad de la constitución del grupo con tres actividades precisas parece haber fracasado (cf. 3,14). Se esperaba que ellos expulsaran demonios, pero después de la transfiguración se dice que no fueron capaces de expulsar a un demonio sordo y mudo, hasta que llegó Jesús y lo hizo (9,18.25-26). Tendrían también que predicar el evangelio pero después de que Jesús les dice que no cuenten lo de la transfiguración sino hasta después de la resurrección, ellos no entienden que después de que Jesús resucite podría continuar la historia terrena, porque pensaban en el día del juicio final (9,10; cf. 13,10; 14,9; Mal 3,22-23). Y finalmente, el tercer objetivo de la llamada era para que estuvieran con Jesús, pero esto no se cumple a partir del arresto cuando todos lo abandonan y huyen (14,50). Pero el evangelista no dice explícitamente que entonces Jesús fracasó escogiendo este grupo de discípulos; por el contrario, ha hecho bastante énfasis en la enseñanza y en el cuidado de Jesús para con ellos. Se trata de un itinerario que llegará a su punto máximo en la tercera llamada, es decir, después de la resurrección de Jesús (16,8). Es allí donde los discípulos podrán comprender todo y seguir al Resucitado ofreciendo ahora sí hasta sus propias vidas. Aquí ya no hay necesidad de las frecuentes apariciones de Jesús, pues ellos tendrán que escuchar a las mujeres y seguir a Jesús en Galilea, es decir, en la cotidianeidad de sus vidas.

Jesús no puede darnos un don más grande que el de la comunión con Él, nos llama a seguirlo, a compartir todo con Él, a estar con Él. El regalo más precioso que Él ofrece a sus seguidores es el discipulado mismo, la comunión personal con Él. Todo tipo de comunión terrena se concluye con la muerte, pero la comunión terrena con Jesús está destinada a ser comunión infinita y eterna con el Señor Resucitado, en la gloria del Padre.

Si bien es cierto, los discípulos han sido presentados como obtusos para entender las enseñanzas de Jesús, y en muchas otras partes como torpes para captar la identidad del Maestro, ahora son rescatados. Con esta manera de presentar el discipulado el evangelista está dando un doble mensaje. En primer lugar, Jesús llama a seres humanos con todas sus debilidades y valores, no se trata de una clase privilegiada, ni desde el punto de vista social, pero tampoco desde el punto de vista moral. Son personas del común del pueblo, llamadas a experimentar una nueva vida con Jesús y a desarrollar más adelante una misión sublime. Tal como hacía Dios con los personajes del Primer Testamento.

En otras palabras, Jesús nos llama a ser discípulos suyos sin importar nuestras categorías humanas porque en definitiva Dios trabaja con lo que somos y con lo que tenemos. En segundo lugar, muy probablemente el evangelista propone al lector un comportamiento distinto al que han tenido los discípulos, a lo largo de la narración del evangelio. Como si en continuación se estuviera dirigiendo al lector para decirle, por favor no siga el ejemplo de los discípulos, esté atento para captar lo más rápido posible la identidad de Jesús y sus enseñanzas, para que se convierta en un verdadero discípulo del Hijo de Dios.

Finalmente, San Marcos traza un itinerario de discipulado que hace eco en la vida de cada uno de nosotros que seguimos al Señor de una o de otra manera, y en cada una de las circunstancias de nuestra vida. También en nosotros suceden varios llamados a lo largo de las etapas de nuestra vida. Estos llamados ocurren en la medida en que vamos comprendiendo cada vez mejor la persona de Jesús de Nazaret. Es decir, el seguimiento de Jesús es todo un proceso que se va dando por etapas en la medida en que sepamos también interpretar los acontecimientos de nuestra vida y los signos de los tiempos.

Para poder responder al llamado del Señor, necesitamos tener ojos abiertos, mentes lúcidas, corazones misericordiosos, ser orantes perseverantes, tener actitud de niños, servidores incondicionales, dispuestos a tomar la cruz y a perder la propia vida, etc. En una palabra, desde nuestra propia condición humana el Señor nos llama a ser sus discípulos y a hacer nuevos discípulos en su nombre.

Es importante aprender del comportamiento de los discípulos: El discípulo que no escucha a Jesús, termina oponiéndose a Él y en definitiva a los designios de Dios (Mc 8,31.33). No hay discipulado, sin seguimiento y sin renuncia de la persona misma del discípulo. El discípulo no puede tener más que una actitud de escucha, de obediencia, de discernimiento de los designios de Dios para poder luego anunciar el evangelio. Jesús subrayó la dependencia del discípulo con respecto del Maestro: un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo (Mt 10,24).

Los discípulos de Jesús vienen redimidos después de la resurrección, ellos seguirán al Maestro y serán capaces de entregar sus vidas por Él y por el evangelio (8,35). Es la etapa que se desarrolla ampliamente en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Allí la dinámica del discipulado se repite. Citamos solamente un ejemplo. Ante el discurso kerigmático de Pedro a la multitud después de Pentecostés, los oyentes se preguntan inmediatamente unos a otros, entonces ¿qué tenemos que hacer? (Hch 2,22ss). Inmediatamente Pedro, al ver que la multitud escuchó y estaba dispuesta a obedecer, les revela los designios de Dios: arrepentíos y sed bautizados cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para tantos como el Señor nuestro Dios llame.

3.3 Dinámica del Espíritu en el discipulado



Queremos llamar la atención un instante sobre la importancia de la recepción del Espíritu Santo para el discípulo de Jesús. Esto es clave en la Sagrada Escritura. Desde el momento de la creación Dios insufla su espíritu, que es la RUAH. Él es la vida de Dios puesta en el hombre que lo hace ser imagen y semejanza de su Creador. Recordemos aquel pasaje donde Elías transmite parte de su espíritu a Eliseo, justamente por petición de éste (2Re 2,9), enseguida el Espíritu de Elías reposa sobre Eliseo y éste hace los prodigios que hacía Elías (2Re 2,15). Notemos que en el N.T. Dios le da su Espíritu a Jesús para que haga sus obras (Jn 5,19.30; 7,16.28; 8,16.26.28.38). Jesús lo concede a sus discípulos después de su resurrección, incluso cuando las puertas están cerradas (Jn 20,22); Lucas también nos cuenta del Pentecostés (Hch 2,1-13) y cómo una vez recibido el Espíritu de Jesús, los discípulos pueden hacer los mismos milagros que hacía el Maestro (Hch 3,1-10). Más tarde se impuso la costumbre de la transmisión del Espíritu Santo por la imposición de las manos (Hch 8,17-18).

Nosotros por el bautismo hemos recibido el Espíritu Santo, por tanto, habita en nosotros el poder de Jesús resucitado. Gracias al Espíritu Santo, nosotros somos misioneros. El Concilio Vaticano II pedía a todos los pastores: “auscultar, discernir e interpretar, con la ayuda del Espíritu Santo, los múltiples lenguajes de nuestro tiempo y valorarlos a la luz de la Palabra divina, a fin de que la verdad revelada pueda ser mejor percibida, mejor entendida y expresada en forma más adecuada” (GS, I, IV, 44). Esto se puede aplicar al discípulo de hoy.

En la medida en que un discípulo se abra al conocimiento de Dios se produce en él un crecimiento espiritual, que es lo que llamamos santificación (Rom 12,1-2; Ef 4,22-24). El crecimiento espiritual es el proceso en el cual, la perspectiva de Dios sobre la vida se convierte cada vez más en la perspectiva del creyente.

3.4 Aplicaciones para la misión

Como misioneros tendremos que seguir el ejemplo de la fidelidad y de la paciencia de Dios para con su pueblo: “Yo voy a seducirla, la llevaré al desierto y hablaré a su corazón” (Os 2,16). Jesús también tiene necesidad de ser escuchado: el que a vosotros escucha, a mí me escucha, y el que a vosotros rechaza, a mí me rechaza; y el que a mí me rechaza, rechaza al que me envió. En seguida, ante el informe misionero de los 72 discípulos, en aquella misma hora Él se regocijó mucho en el Espíritu Santo, y dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a sabios y a inteligentes, y las revelaste a niños. Sí, Padre, porque así fue de tu agrado. Todas las cosas me han sido entregadas por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo sino el Padre, ni quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar (Lc 10, 21ss)

Hablar al corazón de los oyentes, es decir, al centro decisorio, que involucra todas las facetas de la interioridad de la persona, como lo hacía Jesús: no ardía nuestro corazón cuando estaba con nosotros, cuando nos hablaba en el camino, cómo abría para nosotros la Escritura (Lc 24,32).



El envío misionero de Jesús a sus discípulos se entiende a la luz de lo que hemos reflexionado sobre el verbo LMD en hebreo. Enseñad (sed maestros); lo que yo os he enseñado (como discípulos)… a guardar todo lo que os he mandado: algunos traducen enseñándoles a obedecer: pero guardar significa el discernimiento y el conocimiento de la persona en ese diálogo: Yo conozco a una persona cuando he interactuado de corazón a corazón con ella, de otra manera no es posible. El amigo se abre en la medida en que sepa que yo quiero conocerlo.

Finalmente, Jesús asegura su presencia continua, porque Él es el Emmanuel (1,23), yo estaré con vosotros… (tal como Yahvéh aseguró la presencia a Moisés en el A.T. para la misión, Ex 3,11-12, esta fue la experiencia de Israel). No podemos discipular, mientras nosotros no tengamos la conciencia de discípulos, entonces si podemos anunciar el evangelio; porque los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de los discípulos de Cristo son los mismos que los que experimenta el pueblo de Dios (GS, 1). No podemos invertir los papeles, no podemos bautizar, sin antes haber hecho discípulos para Cristo.

No tengo presente, me parece que es Paul Tillich, quien afirmaba que: la fe es tener el valor de aceptar la aceptación incondicional de Dios. Si yo logro comunicar al otro que Dios me acepta y me quiere, el otro quiere acercarse a tener la misma experiencia. El evangelio no se impone, sino que se expone. Cuando nos ven humanos, la gente se acerca porque entonces nos encontramos de tú a tú… Porque el discípulo transpira el amor a la palabra y al Dios de la palabra. Asimilar para transpirar. El hombre bueno de su interior saca cosas buenas, el malo, saca cosas malas (Mt 12,35).

El discípulo-maestro de Jesús tiene un reto enorme, porque se le presenta un doble desafío: el misterio de la palabra de Dios, que desborda los límites humanos. El otro misterio, que es el de cada uno de las personas. Mucho aprendemos de Jesús de Nazaret, cuando fue a su patria; ante el rechazo de sus paisanos no se enoja, sino que se sorprende, hace pocos milagros y se va a otro lugar… siempre hay un misterio que nos desborda. Nosotros no podemos más que sorprendernos ante el misterio de la palabra.

4. CONCLUSIÓN

Nos hemos movido libremente por la Sagrada Escritura para captar la dinámica del discipulado con relación a Dios y a Jesús de Nazaret. En ella no dejamos de percibir la función preeminente y la acción del Espíritu Santo en el discípulo. Nos hemos detenido en el análisis de la escucha por parte del discípulo a su Maestro, ya Sea Dios, la Toráh, o Jesús de Nazaret. Contemplamos cómo Dios revela sus secretos más íntimos a quien se dispone con un oído dócil a la escucha, y luego asegura su presencia permanente en la misión. Misión que se desarrolla teniendo en cuenta el mismo proceso dinámico del discipulado de Dios y de Jesús. Recordemos las palabras de Jesús: lo que os digo en la noche, decidlo en pleno día y lo que os digo al oído pregonadlo desde la azotea (Mt 10,27).

Hemos visto también cómo el discipulado nace de una llamada inicial, que en el plan de Dios ocurre antes de ser engendrados en el seno materno, pero que en la vida del discípulo se da por etapas en la cotidianidad. La llamada de Dios viene clarificada, no sólo al descubrir sus designios, sino con la ayuda de otras personas suscitadas por Dios para clarificarla totalmente. La llamada se da entonces mediante un proceso que al fin de cuentas involucra toda la vida del hombre. Pero es en la medida en que escuchamos (como María ante el Maestro Lc 10,39; como Lidia ante las palabras de Pablo Hch 16,14), conocemos y obedecemos a Dios, que se despierta en nosotros no sólo el amor por Él, sino el afán de darlo a conocer a todas las naciones: todo el que viene a mí y oye mis palabras y las pone en práctica, es semejante a un hombre que al edificar una casa, cavó hondo y echó cimiento sobre la roca; y cuando vino una inundación, el torrente rompió contra aquella casa, pero no pudo moverla porque había sido bien construida (Lc 6,49; cf. 10,24).

El Señor sigue necesitando de discípulos, no sólo porque la mies es mucha y los obreros pocos (Lc 10,2), sino porque el quiere entrar en nuestro corazón: he aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo (Ap 3,20).




MEDITACIÓN DEL SALMO 29 PARA ENTENDER LA DINÁMICA DE LA PALABRA DE DIOS EN EL OYENTE.

Salmo de David.
Tributad al SEÑOR, oh hijos de los poderosos, tributad al SEÑOR gloria y poder.
2Tributad al SEÑOR la gloria debida a su nombre; adorad al SEÑOR en la majestad de la santidad.

3Voz del SEÑOR sobre las aguas. El Dios de gloria truena, el SEÑOR está sobre las muchas aguas.
4La voz del SEÑOR es poderosa, la voz del SEÑOR es majestuosa.
5La voz del SEÑOR rompe los cedros; sí, el SEÑOR hace pedazos los cedros del Líbano;
6y como becerro hace saltar al Líbano; y al Sirión como cría de búfalo.
7La voz del SEÑOR levanta llamas de fuego.
8La voz del SEÑOR hace temblar el desierto; el SEÑOR hace temblar el desierto de Cades.
9La voz del SEÑOR hace parir a las ciervas, y deja los bosques desnudos, y en su templo todo dice: ¡Gloria!

10El SEÑOR se sentó como rey cuando el diluvio; sí, como rey se sienta el SEÑOR para siempre.
11El SEÑOR dará fuerza a su pueblo; el SEÑOR bendecirá a su pueblo con paz.


Es uno de los textos más antiguos de la Sagrada Escritura. Algunos lo ubican en torno al año 1200 a.C., un poco exagerado. No era un salmo bíblico, sino cananeo. Son imágenes primitivas, por el vocabulario, ritmo, colorido de las mismas imágenes. Su título originario debía ser a Baal Hadad, al Señor de la Tormenta. Seguramente era una oración de campesinos al dios Baal para pedir la lluvia, Baal tenía su esposa Astarté. El orante hace una rogatoria para sus cultivos, porque de allí depende la economía familiar, en definitiva la vida.

Desde los versículos 3 a 9ª, se repite siete veces la expresión: voz de Yahvéh. (Qol Adonai). Qol, puede ser voz, trueno, etc. es onomatopéyica, es una voz que imita un sonido. Son siete truenos que van escuchando cada vez la voz de Dios. Hay una tormenta narrada con siete truenos, pero al mismo tiempo éstos son leídos como siete manifestaciones de Dios. Palabra creadora. No es un Baal, del ciclo de la naturaleza, sino un Dios de la historia.

Lo que se le da a Dios, Dios se lo da al pueblo. Una liturgia es provocada por una escucha, luego el pueblo entra en sintonía con lo divino de modo tan estrecho, el culto del cielo se vuelve el culto de la tierra, no solo alabanza, sino que capacita al pueblo para la transformación y en especial para la paz.

En el centro de este salmo hay una teología de la Palabra, que no es sistemática. Cinco elementos de la teología de la palabra que se reflejan aquí:

Primer elemento: Dios habla por medio de la naturaleza, el primer lenguaje de Dios es la creación. Hay un cambio con relación a la teología cananea, todo habla de Dios, pero eso no es Dios. Para el orante es suficiente un trueno para entrar en contacto con Dios. San Juan de la cruz, está enamorado de Dios y lo ve en todas partes, especialmente en la naturaleza, en todo ve la relación con Dios.

Segundo elemento: la palabra de Dios es procesual: Enzo Bianchi, dice, por algo son siete truenos, no se puede captar la Palabra de Dios de una vez, es una síntesis en miniatura para entender algo de Dios. La entiende quien persevera en la escucha, quien sabe hacer procesos.

Tercer elemento: la palabra de Dios tiene poder, la manifestación de Dios se hace capacitación del hombre, me da poder de… es palabra creadora.

Cuarto elemento: la palabra de Dios genera vida. La parte central es un parto. Toda experiencia de la palabra genera un parto. Ojo, en el desierto, la antítesis no puede ser mayor. En el desierto donde no se produce vida, allí se produce vida. La pregunta para cada uno de nosotros sería ¿qué nacimiento nuevo provocó en mí cada palabra de Dios que meditamos? Todo salmo nos está transmitiendo una experiencia cambiante del orante.

Quinto elemento: la palabra de Dios suscita respuesta orante y comprometida. No hay duda que la respuesta a la Palabra de Dios es la oración.

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