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sábado, 26 de marzo de 2011

EL MAESTRO Y LOS DISCÍPULOS EN MEDIO DE LA TEMPESTAD:

A veces uno piensa que por el hecho de entrar en el seguimiento de Jesús ya está libre de todos los peligros. El evangelio de hoy nos muestra lo contrario.

El relato de la tempestad calmada pone cara a cara al Maestro y a los discípulos por primera vez en una situación difícil. Jesús ha ayudado a otras personas, pero esta es la primera vez que hace un milagro en beneficio de sus propios discípulos. Ellos, por su parte, están llamados a hacer el camino de fe por el cual se entra en el misterio del Reino (ver 4,11).

Releamos con calma, confrontando con nuestras vidas, un relato corto, cargado de detalles. En pocas palabras: el primer “test” de la autenticidad del discipulado que es nuestra manera de manejar las situaciones difíciles en comunión con Jesús.


1. El texto, su contexto y estructura


1.1. El texto

Leamos Marcos 4,35-41

35Este día, al atardecer, les dice:
‘Pasemos a la otra orilla’.
36Despiden a la gente y le llevan en la barca, como estaba; e iban otras barcas con él.
37En esto, se levantó una fuerte borrasca y las olas irrumpían en la barca, de suerte que ya se anegaba la barca. 38El estaba en popa, durmiendo sobre un cabezal.
Le despiertan y le dicen:
‘Maestro, ¿no te importa que perezcamos?’.
39El, habiéndose despertado, increpó al viento y dijo al mar:
‘¡Calla, enmudece!’.
 El viento se calmó y sobrevino una gran bonanza.
40Y les dijo: ‘
‘¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?’.
41Ellos se llenaron de gran temor y se decían unos a otros:
‘Pues ¿quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?’”.


1.2. Contexto

1.2.1. Una experiencia en medio del mar

El episodio del Evangelio de hoy tiene como escenario el mar. Al respecto vale la pena ambientarnos un poco: ¿qué idea tenía el pueblo de la Biblia acerca del mar?

En el imaginario bíblico, el mundo marítimo es visto con fascinación y al mismo tiempo con terror. Esto se explica, en parte, por la geografía misma de la tierra de Israel, la cual cuenta con una gran franja costera que por ser prácticamente rectilínea no tiene la posibilidad de tener puertos para embarcaciones grandes.

Además, se pensaba que el mar era fuente de peligros: por allí llegaron los filisteos, en él se pensaba que habitaban grandes monstruos marítimos como el Leviatán, se contaban historias de naufragios, etc. Al respecto dice Eclesiástico 43,24-25: “Los que surcan el mar hablan de sus peligros, / y de lo que oyen nuestros oídos nos maravillamos. / Allí están las cosas raras y maravillosas, / variedad de animales, especies de monstruos marítimos”.

Recordemos también el Salmo 104,25-26: “Allí está el mar, grande y de amplios brazos, / y en él el hervidero innumerable / de animales, grandes y pequeños; / por allí circulan los navíos / y el Leviatán que tú formaste para jugar con él”.

Nos referimos, por supuesto, al mar mediterráneo. De allí se tiene la memoria de numerosos naufragios (ver Is 23; Ez 26-27; Hch 27). Inolvidable es la frase de Pablo: “Tres veces naufragué; un día y una noche pasé en el abismo… Peligros por mar…” (2 Corintios 11,25.26).  Hay tempestades memorables como la que vive Jonás (1,4) o la que describe poéticamente el Salmo 107,23-32 (ver el Salmo responsorial de hoy).

Por eso la Biblia hace de sucesos marítimos un referente de experiencias salvíficas. Como bien sintetiza el libro de la Sabiduría 14,3-4: “Y es tu providencia, Padre, quien la guía (la nave), / pues también en el mar abriste un camino, / una ruta segura a través de las olas, / mostrando así que de todo peligro puedes salvar…”.

En este contexto, la tempestad se convierte en símbolo de la angustia suprema. Un antiguo himno que no está en la Biblia, hallado en las cuevas de Qumrán, presenta al orante cuya alma está turbada “como un barco en las profundidades del mar” (Himno III,6). Otro himno nos da una descripción que nos suena familiar en el relato de la tempestad calmada en el Evangelio:
“Yo soy como marinero en un barco
en el furor del mar,
sus olas y torrentes atruenan sobre mí,
un viento vertiginoso sin una pausa para tomar aliento,
sin senderos que dirijan el camino sobre la faz del mar.
El abismo atruena a mi gemido,
mi alma se aproxima a las puertas de la muerte” (Himno VI, 22-24).

Si bien nuestro relato de Marcos tiene como escenario el mar de Galilea, que no es el gran mediterráneo sino un lago, el trasfondo bíblico está presente. En medio del peligro inminente de muerte, representado por una violenta tempestad, Jesús se manifiesta ante sus discípulos como Señor de la Creación y más poderoso que el mal.


1.2.2. En Marcos, Jesús hace escuela en la barca con los discípulos

Es notable que en el Evangelio de Marcos, en sus primeros ocho capítulos (la primera parte de la obra), se mencionen con tanta frecuencia las barcas:
  • En 1,20 se dice que el día de la vocación de los cuatro primeros hubo un desprendimiento de la barca (ver también 1,18).
  • Pero en 3,9 ya están de nuevo en la barca.
  • En 4,1 se dice que el sermón en parábolas fue desde una barca y cuando acaba, Jesús y los discípulos, viajan en barca (4,35).
  • En la región de los gerasenos “saltó de la barca” (5,1) y, al regreso, sube a la barca (5,18); en esa ocasión no le permite al sanado que viaje con él.
  • Luego “pasó de nuevo en la barca” (5,21) a la otra orilla.
  • Después de la misión de los Doce, Jesús se va aparte, “en la barca” (6,32) a un lugar solitario.
  • La escena termina en la multiplicación de los panes, después de la cual hay una nueva escena de barca de Jesús y los discípulos (6,45).
  • Lo mismo sucede después de la segunda multiplicación de los panes (8,13).

Podemos destacar de manera especial, tres ocasiones en las que la travesía del lago se convierte en espacio de formación de los discípulos: 4,35-41; 6,45-52; 8,14-21. En las tres ocasiones se da una situación problemática en la que Jesús confronta a sus discípulos.

La barca, entonces, se convierte en Marcos en uno de los lugares privilegiados de la formación de los discípulos. De hecho:
  • En una barca, Jesús y los discípulos quedan a solas, tomando distancia de la multitud.
  • En una barca, se generan espacios estrechos de convivencia que exigen adaptación, creatividad y acuerdo con los demás.
  • En una barca, la comunidad aprende a ir en la misma dirección.

Pero sobre todo, como sucede en las tres escenas de travesía del lago, el mar se convierte en lugar de la manifestación de Jesús exclusivamente para sus discípulos: allí son salvados de un peligro, allí reciben una nueva revelación de su maestro que sirve de punto de partida para que puedan responder “quién es Jesús”.


1.2.3. En un itinerario de revelación de Jesús y discipulado

El itinerario trazado por el Evangelista Marcos quiere llevarnos comprender quién es Jesús (cristología) y quiénes somos nosotros (discipulado). Un discípulo sólo puede dar cuenta de su identidad cuando capta la revelación de Jesús, de otra manera el seguimiento sería vacío o, en el mejor de los casos, un auto-seguimiento. No es por casualidad que el pasaje que leemos hoy termina con la pregunta: “¿Quién es éste?” (4,41).

En medio de la sección de la enseñanza en parábolas (Marcos 4,1-34), el evangelista nos ha mostrado el propósito de Jesús de inducir a sus discípulos en el misterio del Reino de Dios:
·         “A vosotros se os ha dado el misterio del Reino de Dios” (4,11)
·         “A sus propios discípulos se explicaba todo en privado” (4,34)

Dando un paso adelante en la formación de sus discípulos, Jesús realiza en presencia de ellos cuatro grandes manifestaciones del poder del Reino:
  • En medio de la tempestad: Jesús se revela con un poder que vence el peligro de muerte (4,35-41).
  • En la tierra de los gerasenos: Jesús se revela como el que libera de las cadenas del mal que deshumanizan al hombre (5,1-20).
  • En el camino: Jesús se revela como Él sana de la enfermedad aún con el solo tocar el borde de su manto (5,25-34).
  • En la casa de Jairo: Jesús se revela como el que vence la muerte misma (5,21-24.35-43).

Los primeros que tienen que captar quién es Jesús son los discípulos. Por eso el evangelista inserta en esta sección de milagros el tema de la fe:
  • Los discípulos acompañan a Jesús todo el tiempo: “Pasemos…” (4,35), “llegaron…” (5,1), “Y sus discípulos le siguen” (6,1). Ver también 5,31.37.
  • Ellos son testigos directos del poder de Jesús en las cinco escenas (ver 4,41; 5,1.31.37).
  • Y es a ellos a quienes en primer lugar se les pide la fe: “¿Cómo no tenéis fe?” (4,40).

Esta es la fe que se les pide también a los demás:
  • A la hemorroísa: “Tu fe te ha salvado” (5,34)
  • A Jairo: “No temas, solamente ten fe” (5,36).

Todo esto es clave en el discipulado. De hecho, como el mismo Jesús dijo desde el principio al anunciar el kerigma, la fe es el distintivo del discípulo: “Conviértanse y Crean en la Buena Nueva” del Reino de Dios (1,15b).

Cuando leemos el relato de la “Tempestad calmada”, así como los otros relatos de manifestación de Jesús a sus discípulos y a la gente, tenemos que tener presente: ¿Qué revela Jesús de sí mismo? y ¿Cuál es la reacción que se espera en los destinatarios?


1.3. Un esquema del pasaje

En el relato de Marcos 4,35-41 distinguimos:
(1) La circunstancia: una travesía del lago en barca (4,35-36)
(2) El episodio de la tempestad (4,37-39):
  • El surgimiento de la tempestad (4,37-38ª)
  • Los discípulos interpelan a Jesús (4,38b)
  • Jesús calma la tempestad (4,39)
(4) Reacciones finales (4,40-41)
  • Jesús interpela a sus discípulos (4,40)
  • Los discípulos se preguntan por la identidad de Jesús (4,41)



2. La circunstancia: una travesía del lago en barca (4,35-36)

35Este día, al atardecer, les dice:
‘Pasemos a la otra orilla’.
36Despiden a la gente y le llevan en la barca, como estaba; e iban otras barcas con él”

Lo primero que vemos es la sintonía entre el Maestro y los discípulos. El día de la enseñanza en parábolas, con Jesús desde la barca, termina –“al atardecer”- con la orden de Jesús a sus discípulos: “Pasemos a la otra orilla” (4,35). La obediencia de los discípulos es puntual (4,36).

Jesús toma la iniciativa. Sus palabras nos remiten a las pronunciadas en 1,38: “Vayamos a otra parte”. Aquí como allí hay una intención misionera.

Lo curioso es que no será un viaje fácil. Prácticamente es Jesús quien lleva a los discípulos a arriesgar sus vidas en una situación llena de pánico.  Con Jesús tendrán que aprender a vencer los miedos en un camino de seguimiento y de misión que nunca será fácil.

Con dos expresiones, en el v.36, Marcos subraya el discipulado: “le llevan como estaba” (se sobreentiende que cansado) e “iban (=estaban)… con él”. Los discípulos acompañan y sirven a su Maestro (ver 3,14).

Hasta aquí todo parece perfecto.


3. El episodio de la tempestad (4,37-39)

Asistimos ahora a un giro en la situación. El “estar” con Jesús no exime a sus discípulos de los peligros. Entremos en la escena de la “tempestad calmada” propiamente dicha.


3.1. El surgimiento de la tempestad (4,37-38ª)

37En esto, se levantó una fuerte borrasca y las olas irrumpían en la barca, de suerte que ya se anegaba la barca. 38El estaba en popa, durmiendo sobre un cabezal”.

En la descripción de la situación negativa, Marcos nos hace ver un fuerte contraste entre la violencia de la tempestad y la paz de Jesús.

La tempestad que se abate sobre la barca es descrita en su origen (“se levantó un gran viento”), su efecto visible (“las olas…”) y finalmente su consecuencia (“irrumpían en la barca… ya se anegaba la barca”). Un solo versículo permite percibir el desencadenarse de las fuerzas que ponen en riesgo la vida. La distinción entre causa y efecto es importante en este caso está correlacionado con lo que vendrá en el v.39 cuando Jesús enfrente la fuerza que desencadena las demás fuerzas destructivas.

Un dato deja ver la gravedad de la situación: la barca ya casi estaba llena de agua. Esto explica la desesperación de los discípulos y al mismo tiempo pone de relieve la inexplicable tranquilidad de Jesús.

En medio de todo es cuadro, los discípulos quedan impotentes, a merced de las fuerzas incontrolables que están a punto de poner fin al viaje y a sus vidas. El naufragio parece inevitable.


3.2. Los discípulos interpelan a Jesús (4,38b)

38bLe despiertan y le dicen: ‘Maestro, ¿no te importa que perezcamos?’”

No sólo el mar se pone agresivo, los discípulos también se comportan así con Jesús. La pregunta que le plantean a Jesús puede sonar en un primer momento como una acusación de irresponsabilidad con la vida de sus discípulos. Algunos retraducen así: “¿No te importa nada si nos vamos al fondo?”.

Podemos hacer dos observaciones en la frase:

(1) “Maestro…”. En la interpelación a Jesús, llama la atención que por primera vez en este evangelio los discípulos se dirijan a Jesús con el título “Maestro”. En Marcos este título aparece 12 veces y no se le dirige a nadie más que a Jesús.

(2) “¿No te importa…?”. La manera como los discípulos le hablan a Jesús nos remite al primer relato de milagro de este evangelio, cuando el espíritu impuro desafía a Jesús con la pregunta: “¿Has venido a destruirnos?”. El término griego que utilizan los discípulos es el mismo.

Juntando estas dos observaciones vemos un efecto: los discípulos le reclaman a Jesús que su invitación a pasar a la otra orilla (el viaje misionero junto con él) los conduzca al naufragio, a la ruina definitiva de sus vidas. Si tenemos presente que este es un relato que se redacta después del acontecimiento de la Cruz, donde los discípulos vivieron un tremendo escándalo con el camino propuesto por el Maestro, se podría pensar que en el fondo está el escándalo de la Cruz: “¿Te importamos algo?”.

El camino del Maestro y de los discípulos es el mismo. El “nosotros” comunitario se deja ver en este episodio tanto en las primeras palabras de Jesús “pasemos” como en las de los discípulos “perezcamos”. Pero irónicamente el discipulado implica esta comunión de camino y de destino (ver 8,34).

Hay que entender las palabras duras de los discípulos a su Maestro no tanto como un regaño sino como un grito de desesperación que deja salir desde el fondo la inconformidad.

Lo que se busca es poner a Jesús en acción y, efectivamente, Jesús reacciona positivamente. Es claro que está interesado en la vida de sus discípulos. Esta es una buena ocasión para que lo entiendan.


3.3. Jesús calma la tempestad (4,39)

 39El, habiéndose despertado, increpó al viento y dijo al mar:
‘¡Calla, enmudece!’.
 El viento se calmó y sobrevino una gran bonanza”.

Llegamos al momento cumbre: Jesús calma la tempestad. Como en los versículos de apertura de este relato, una orden de Jesús es obedecida puntualmente.

En la redacción marcana cada término es significativo:
(1) Jesús “se despierta”. El término griego tiene la connotación de “ponerse en pie”, un vocablo emparentado con la terminología de la resurrección. Si bien, en este caso, teniendo en cuenta el contexto anterior, lo que se quiere señalar ante todo es que Jesús sale de su inercia.
(2) Jesús “increpa”. Jesús se pone de cara a la situación: a su causa (el viento huracanado) y a su efecto (el mar encrespado). Lo hace con el poder de su palabra, tal como lo hizo con el espíritu impuro en el exorcismo de Cafarnaúm (ver 1,25).

Con dos imperativos Jesús impone el silencio, tal como sucedió en la escena del exorcismo que acabamos de citar. La segunda orden “enmudece” describe en su forma griega el “poner un bozal”.

El viento y el mar le obedecen a la palabra de Jesús. Viene la serenidad y la paz sobre un lago tranquilo y llano. El peligro pasa, la vida ha sido salvada. La “gran bonanza” se contrapone al “gran viento” inicial.


4. Las reacciones finales (4,40-41)

El milagro podría haber terminado en el versículo anterior. Pero el relato sigue, puesto que él apunta hacia la cristología y el discipulado. Veamos las lecciones.


4.1. Jesús interpela a sus discípulos (4,40)

40Y les dijo: ‘¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?’”.

Durante la escena de la tempestad los discípulos le hablaron a Jesús, pero Jesús no les habló a los discípulos. Ahora lo hace y con preguntas. De ellos (y hoy de nosotros) se espera una respuesta.

A la tempestad le dio dos órdenes, a los discípulos les plantea dos preguntas acerca del “miedo” y de la “fe”. Miedo y fe no se contraponen, ambas configuran una misma situación y abre un nuevo camino.

El “miedo” es una reacción normal. Se siente cuando la vida está amenazada y nos sentimos impotentes frente a los factores del riesgo. Pero es precisamente aquí donde se espera que se muestre la fe. Los discípulos solamente miran hacia el peligro e interpretan el sueño de Jesús como un gesto de indiferencia, pero ellos olvidan quién es realmente Jesús. Es verdad que “están” con Jesús pero no tienen presente que si están con él, no importa los peligros, la vida está salvada.

La enseñanza es esta: la comunión con Jesús (seguimiento) no nos exime de los peligros, pero un discípulo debe tener siempre la certeza de que si él “está” debe confiar en él de manera incondicionada apoyándose en su guía, permitiéndole que entre en acción cuando y cómo lo considere conveniente. Esta es la fe que debe finalmente eliminar el miedo del corazón del discípulo.

Las preguntas de Jesús, entonces, buscan que los discípulos descubran el camino y la meta del caminar con Él.


4.2. Los discípulos se preguntan por la identidad de Jesús

41Ellos se llenaron de gran temor y se decían unos a otros:
‘Pues ¿quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?’”.
La reacción final de los discípulos también está planteada en forma de temor y de cuestionamiento.

La pregunta no se la dirigen a Jesús sino que se la hacen entre ellos mismos; aún en esto se nota un detalle de la comunión entre los discípulos. Tenemos el preludio de una confesión de fe suscitada por la observación del conjunto de la obra de Jesús.

La pregunta se queda sin respuesta. Los acontecimientos que siguen darán nuevos datos hasta que, por boca de Pedro, se escucha la confesión de fe.



P. Fidel Oñoro, cjm
Centro Bíblico del CELAM



De los Himnos de Qumrán

“Los cimientos del muro tiemblan
como una barca en la superficie del mar,
y las nubes resuenan con estrépito.
Y tanto el que habita en el polvo
como el que navega sobre el mar
están aterrorizados por el fragor del agua.
Su labios son para ellos como marinos sobre los abismos,
pues toda su sabiduría es confundida
por el estrépito del mar,
por el borbotar de los abismos
sobre las fuentes de las aguas;
ellos se agitan para hacer altas olas,
las puertas de las aguas con sonido estrepitoso.
Y cuando están excitados se abren el Sheol y el Abadón”.
(Himno III,13-16)

“Yo soy como marinero en un barco
en el furor del mar,
sus olas y torrentes atruenan sobre mí,
un viento vertiginoso sin una pausa para tomar aliento,
sin senderos que que dirijan el camino sobre la faz del mar.
El abismo atruena a mi gemido,
mi alma se aproxima a las puertas de la muerte”.
(Himno VI, 22-24)

[Textos de Qumrán. Edición y traducción de Florentino García Martínez (Trotta, Madrid 1993)]





 Anexo 3
Una invitación a la oración


PASEMOS A LA OTRA ORILLA
Diapo de la Lectio del Monasterio de las Benedictinas de Monserrat


“Señor…

Tú me invitas hoy a “Pasar a la otra orilla” y esto implica muchas cosas:
  • Pasar a la otra orilla es dejar atrás lo seguro, lo que conozco, lo que sé vivir.
  • Pasar a la otra orilla es dejar la tierra firme para subir a la frágil barquilla y enfrentar muchos mares embravecidos.
  • Pasar a la otra orilla es unirme estrechamente con otros que también hacen la misma travesía.
  • Pasar a la otra orilla es no ahorrar esfuerzos y fatigas por salir adelante frente a situaciones difíciles, para terminar siempre pidiendo tu ayuda.
  • Pasar a la otra orilla es dejarte dormir en la barca, sabiendo que tú estás y que eso es suficiente.
  • Pasar a la otra orilla es participar en la fatiga común contra las fuerzas que buscan nuestra destrucción.
  • Pasar a la otra orilla es dejar que seas tú quien indica la hora y el lugar oportunos.
  • Pasar a la otra orilla es también, ¿por qué no? despertarte cuando con más urgencia te necesitamos.
  • Pasar a la otra orilla es reconocer que nuestra fe es frágil y débil. Sentir mucho temor, pero al final reconocer que solo a ti te pueden obedecer el viento y el mar.
  • Pasar a la otra orilla es saber acoger lo nuevo con la confianza que vamos contigo y que tú estás allí.
  • Pasar a la otra orilla es reconocer que, como los discípulos ‘viejos lobos de mar’ no es nuestra experiencia ni nuestro saber quien nos saca adelante, sino que eres tú, zarandeado por las olas del mismo mar”

(Sor Clemencia Rojas FMA)



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