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sábado, 26 de marzo de 2011

LA FORMACIÓN INICIÁTICA DE CATEQUISTAS

I. La Situación del catequista en el mundo y la Iglesia.
1.     Punto de partida (Problemática y Desafíos)
En un mundo sumamente agitado, convulso y colmado de noticias que en su mayoría nos hablan de tragedias humanas, no se logra fácilmente el acercamiento significativo y duradero a la vida de la fe.
Al presente la sociedad toda, la Iglesia en su conjunto, y también los catequistas nos encontramos con este cambio de época que abruma a muchos y deja perplejos a muchos más. Cambio de época donde “las crisis están, los problemas existen, los dramas sociales se acrecientan, las salidas parecen muy lejanas. En una actitud positiva no nos quedaremos ni en los pecados del pasado, ni en las carencias del presente, queremos abrirnos al futuro y con una esperanza en la cual no seremos defraudados. Creemos en el potencial de creatividad y de protagonismo de hombres y mujeres de hoy, que hay fortalezas y posibilidades, y desde nuestra fe creemos firmemente que la cruz termina en resurrección. Este “optimismo de la fe” nos permite mirar las adversidades, malestares y problemas, no como fracasos u obstáculos insalvables sino como desafíos”[1].
            Aparecen desafíos que se refieren a situaciones vinculadas con el cambio de época en el que estamos inmersos: la crisis de la civilización. Otros tienen que ver con el sentido de la vida en cuanto se refieren a la experiencia y la búsqueda de Dios; al secularismo; o a la comunión entre individuos e instituciones. Algunos se refieren a realidades que atentan contra la dignidad humana como la injusticia social o el escándalo de la pobreza y la exclusión.
Finalmente hay desafíos que se vinculan con instituciones de la vida social como la familia. Puntualizando algunos que tienen que ver con el sentido de la vida y las experiencias de fe observamos: 
Frente al relativismo reconozcamos que de manera generosa hemos absolutizado cosas que no eran absolutas. Nuestra respuesta debe ser equilibrada, reconociendo que mucho es, efectivamente relativo y que, en último término, sólo Dios y sus atributos son absolutos. Desconocer eso es idolatría si absolutizamos otras cosas; o paganismo si no reconocemos a Dios como absoluto.
La ignorancia religiosa es otro desafío-oportunidad: creemos que ahí se presenta una oportunidad, porque nuestra gente tiene “sed de Dios” y muchos tienen clara conciencia que “de las cosas de la religión” saben muy poco. Entre otras experiencias la catequesis familiar demuestra constantemente que, si se llega a escuchar “el clamor de mi pueblo” hay un camino lleno de esperanza.
Estamos en el final de la “cristiandad” y tarde o temprano eso traerá consigo la desaparición de una cristiandad “sociológica”. Por otra parte la cultura emergente no tiene características religiosas cristianas notorias, sino que se presenta como “neutra”. Vamos de un cristianismo automáticamente heredado a un cristianismo por opción consciente, de una fe transmitida a una fe contagiada. Lo que exige de la Iglesia y de sus miembros una vida creíble y una fe contagiosa. Surge la urgencia de un cambio de mentalidad. Partir de una conversión pastoral nos parece clave para el futuro de la Iglesia.
Crece en nuestros países una cultura que prescinde del cristianismo. Se percibe, entre otros en los Medios de Comunicación y en ciertas actitudes políticas. Iglesia y curas sólo son noticia cuando hay escándalos. Hay quienes interpretan este hecho como un ataque a la Iglesia, anticlericalismo o anti - cristianismo. ¿Ignorarlo o defenderse? Las épocas más negras de la historia de la Iglesia, fueron aquellas en las que se dedicó a defenderse y a luchar contra los que interpretaba eran sus enemigos. Debemos crecer en la conciencia que lo importante es estar “a favor de” y nunca “en contra de”. Lo importante como punto de partida es estar a favor de la vida y de ahí se deriva una lucha en contra de la pena de muerte, el aborto o la eutanasia. Es una cuestión de opción fundamental, porque el Hijo del hombre no vino a condenar sino “a buscar y a salvar lo que estaba perdido»”[2].
            Ante estas y tantas otras situaciones que nos desafían reclamando respuestas, hay que apelar a lo esencial. El núcleo desde el cual y la meta hacia la cual se orienta nuestra fe es Jesucristo muerto y resucitado, que debe ser anunciado “con ocasión o sin ella”. En eso y para eso existe la Iglesia (EN) y por tanto todo su quehacer teológico y pastoral son el núcleo que han de hacer vertebrar la tarea, el contenido y el método de la catequesis.
2.     Respuesta a través de la formación iniciática del Catequista
Hoy nos encontramos con muchos catequistas que han recibido los sacramentos de la Iniciación, han vivido una fe heredada y se han integrado a alguna comunidad. Pero en el desempeño de su misión y ante las situaciones antes descritas y otras, se ven urgidos a hablar de contenidos que ellos mismos no han asimilado o descubierto, a responder a problemáticas que los desbordan. Es cierto que poseen una muy buena voluntad y que están involucrados en otros quehaceres personales, sin embargo su formación para el desempeño de este servicio catequético en la Iglesia es, o ha sido muy poca, y en muchos casos si la hubo, ha consistido en contenidos intelectuales, dogmáticos, etc., que les han brindado información, pero sin vincularlos adecuadamente al núcleo esencial de la experiencia cristiana que es la madurez del discípulo en intimidad con el Señor. Esto nos indica que ha faltado una iniciación a la vida cristiana, para que a partir de ella puedan desempeñar su misión catequética.
La Formación Iniciática en un catequista responde a la necesidad de que éste pueda dar a conocer, “transmitir”[3], experimentar, vivenciar, adherir y comunicar una fe que sea madura, con verdaderos cimientos, a través de un encuentro vivencial e íntimo con la persona de Cristo y su mensaje.[4]  Una fe que le haga capaz de acompañar a quienes se acercan en procura de una “formación orgánica y sistemática de la fe” [5].
Justamente los desafíos y las transformaciones de la sociedad actual se deben percibir como verdaderos retos y oportunidades, se puede “hacer que muchas posibilidades se conviertan en oportunidades que la vida de cada día nos depara, así se conviertan en una aventura realmente «misionera» por la sencilla razón de que es la oportunidad que la vida no da”[6].  De este modo, los cristianos pueden llegar a convertirse en auténticos discípulos y seguidores de Cristo[7].
Por tanto, para realizar esta tarea, todos los fieles cristianos en especial los catequistas para los cuales es una vocación, “han de ser formados para vivir aquella unidad con la que está marcado su mismo ser, miembros de la Iglesia y ciudadanos de la sociedad humana”[8],  recordando que “no pueden existir niveles paralelos y diferentes en la vida  del cristiano y del  catequista: el espiritual, con sus valores y exigencias; el secular, con sus distintas manifestaciones; y, el apostólico con sus compromisos”[9], es decir, todos han de ser y formar una acción integral.
Para lograr la unidad y la armonía de la persona es importante, desde luego, educar y disciplinar sus propias tendencias caracteriales (todo lo relativo al carácter de una persona), intelectuales, emocionales, etc., a fin de favorecer el crecimiento humano y cristiano y seguir un programa de vida ordenado; es decisivo profundizar y asumir que el principio y la fuente de la identidad del catequista, es la persona de Cristo Jesús.[10]
Para ayudar a comprender este ideal se propone el proceso que nos ofrece el evangelista San Marcos 3, 14-15, vislumbrando así, el camino iniciático de la formación del catequista: “los llamó para estar con Él y enviarlos”. El catequista en primer lugar, tiene que fincar su ministerio en el sentido vocacional, lo cual exige estar en actitud de responder a la invitación de ir y estar con Él, el llamado  parte de la experiencia de Dios, a semejanza de Cristo;
Un segundo momento se expresa en el deseo firme de estar con él, permanecer con él, lo cual implica una experiencia desde un sentido antropológico y que consiste en hacer  la experiencia del Dios de la vida que está y se encarna en la vida de cada uno de sus seguidores. El tercer momento marca la necesidad y el deseo de compartir la experiencia del haber estado con él y querer vivir, participar y comunicar a la comunidad lo que el catequista ha vivido y experimentado a nivel personal e íntimo, siguiendo la pedagogía de Jesús, lo cual implica una alta espiritualidad.
Por esto el más claro itinerario de formación lo encontramos en los evangelios;  sabiendo que en la Sagrada Escritura descubrimos la fuente límpida y perenne (DV 21) de vida espiritual, tomando en cuenta que ignorarla es ignorar a Cristo (San Jerónimo[11]).
            Los Evangelios se convierten así en “La escuela de formación” a la que durante tres años asistieron los Apóstoles, es el mejor punto de partida y referencia en la formación de los catequistas, pues solo “el que ha sido evangelizado, evangeliza a su vez. He aquí la prueba de la verdad, la prueba de toque de la evangelización” (EN 24). Conociendo a Cristo, Evangelio de Vida, en un encuentro personal vital y existencial (NMI 39), profundizando en su persona y su pedagogía se forma quien desea ser su discípulo[12]. Es en esta “escuela de Jesús Maestro” donde verdaderamente un catequista, donando su persona misma, abierto a la acción del Espíritu Santo, permite que sea la acción de la gracia de Dios la que actué en él (Cfr. DGC 138).
Esto viene a ser valedero para nosotros hoy si consideramos que Jesús primero fue instruyendo a los Apóstoles y Discípulos, sin que ellos mismos lo percibieran, en la mayoría de los casos. Aún cuando lo llamaban “Maestro” (Cfr. Jn 13,13) y convivían con Él, la formación que recibieron durante ese tiempo se vio manifestada y fue comprendida  a cabalidad al calor del Misterio de la Pascua y de Pentecostés (Cfr. Lc 24, 13-35). Al revelarse Jesús a sus íntimos, suscitó en ellos un gran aprecio por su persona, poco a poco produjo también el estupor, hasta llegar a originar la fe en Él. 
Se puede determinar por lo tanto que la primera respuesta de fe que surge por parte de sus amigos es la adhesión al “Kerigma”, comparándose ésta adhesión a la respuesta a la vocación, como paso necesario en la vía de convertirse en discípulos. Luego, y en segundo lugar el Señor, los siguió instruyendo (Cfr. Lc 24, 27), corrigiendo (Cfr. Mc 8, 33), formando (Cfr. Mc 4, 33), reflexionando (Cfr. Mc. 8, 14-21), profundizando los contenidos de esa fe a través de la acción iniciática y la mistagógica[13], convirtiéndose todo ello en una verdadera enseñanza que lleva al compromiso. De ese modo se convierten los dos elementos en una auténtica catequesis que ha de estimular al apostolado.
Hay, por lo tanto, en la praxis de Jesús estas dos dimensiones: la Kerigmática y la Catequética. Ambas conforman el anuncio que suscita la fe y la enseñanza que se trasmite y repercute en la vida. Así como esto se torna “fundante” para la vida de cualquier cristiano, con mayor razón es fundante para la vida y misión del catequista.
¿En qué consiste la formación iniciática del catequista?
A la mayor parte de los catequistas, les sucede, como a los discípulos del Señor, que reciben mucha formación durante algún tiempo, y cuando enfrentan los procesos de evaluación, se dan cuenta de la importancia de haberse formado bien (Cfr. DGC 234) y valoran aquellos pequeños trazos de formación que recibieran, los cuales al unirse dan como resultado un catequista mejor capacitado para comunicar el mensaje evangélico y ayudar a los catequizandos al crecimiento y a la maduración de su fe (Cfr. CAL 197).  Pero, ¿en qué consiste su formación iniciática?
Esta formación se da teniendo como plataforma la iniciación cristina de inspiración catecumenal, que histórica y teológicamente se da en el Bautismo. Hoy, teniendo presente las características de la sociedad, de la Iglesia y de la catequesis, tenemos que enfrentarnos a la realidad de bautizados no evangelizados, por lo tanto de cristianos no iniciados, faltos de las dimensiones Kerigmática y Catequética, antes mencionadas.
La inquietud primera que mueve el corazón de la persona que desea ser catequista, tiene su origen en  una acción del Espíritu Santo, que le está impulsando a responder a Dios, pero es muy necesario retomar los fundamentos con que estas personas perciben el llamado particular a servir en una acción concreta dentro de la vida de la Iglesia, pues generalmente no conocen a cabalidad cuál es la labor que realizará, a qué pertenece y cómo se imparte una catequesis. Los fundamentos que aporta son, por lo general, la participación de sus familias en una vida sacramental y devocional, base incipiente que les motiva y ha dado pie para responder a un llamado o invitación que la Iglesia ha realizado para que puedan ser catequistas.  
Se hace necesaria una presentación adecuada del mensaje cristiano, del Kerigma – Primer Anuncio- y por ende un encuentro verdadero de estas personas con el Misterio de Cristo y, con su Persona, donde se debe tener en cuenta, de modo particular, el contexto cultural en el cual se han venido desarrollando sus vidas hasta ahora, a sabiendas de que la visión que han tenido del cristianismo la mayoría de ellos, aún hoy, sigue siendo de tipo moral, de una religión que simplemente le ha dictado a su vida las normas por cumplir para no caer en el pecado.
Hay que considerar que esta propuesta que hoy hace SCALA está en continuidad con la “Tercera Semana Latinoamericana de Catequesis”, que afrontó los nuevos paradigmas de la catequesis a partir de la Iniciación Cristina. Fruto de esta reflexión se hace necesario ofrecer a continuación los puntos más sobresalientes, sobre la insuficiencia en la formación iniciática de los catequistas.


II. Características del proceso iniciático para los catequistas.
1.      Encuentra en la experiencia de Emaús el modelo por excelencia.
La perícopa sobre los discípulos de Emaús está inspirando a muchos catequistas deseosos de realizar lo que quiere la V Conferencia General del Episcopado de América Latina y el Caribe: formar discípulos misioneros.
El primer día de la semana, dos de los discípulos de Jesús iban camino a su pueblo llamado Emaús, a unas siete millas de Jerusalén, hablando acerca de todo lo que había pasado. Mientras hablaban de eso, Llegó Jesús y caminó a su lado, pero algo les impedía reconocerlo. Les dijo: ¿Qué es lo que van discutiendo en su camino?” Ellos se detuvieron cabizbajos.
            La primera actitud de Jesús hacia las personas a quienes quiere dar su gran noticia es acercarse. Oculta su gloria de resucitado, su poder procedente de su unión al Padre y se presenta como un hombre cualquiera. Hace una pregunta natural y amistosa, incapaz de intimidar, como quien viene con ánimo de compartir el viaje y la conversación. Ninguno lo imagina como un maestro, un profeta, ni como un sacerdote o ministro de un estamento superior de la sociedad. No habla desde un puesto más alto y respetable, se pone a su lado e inspira confianza como un acompañante amigable.
Entonces uno de ellos, llamado Cleofás, le contestó: ’Eres tú el único de los que han estado en Jerusalén que no sabe las cosas que han pasado allí en estos días?` `¿Qué cosas?´ Les preguntó.”
            Jesús no se defiende de una interpelación que podría haber considerado como despectiva al ser tratado como ignorante del acontecer público. No le interesa su prestigio personal ante sus interlocutores; para él ellos son más importantes. Tampoco apresura su mensaje. Deja tiempo para que sus interlocutores se expresen libremente y se desahoguen. Para eso insiste más en preguntar y en escuchar. No arriesga comenzar a hablar antes de conocer las preocupaciones que entristecen a quienes han aceptado su compañía. Sus problemas han de ser el punto de partida de la conversación.
                Ellos contestaron: ´Lo de Jesús de Nazareth, que mostró ser gran profeta en obras y en palabras ante Dios y ante todo el pueblo; y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que fuera sentenciado a muerte y lo hicieron crucificar. Esperábamos que fuera el liberador de Israel, pero ya pasaron dos días desde que todo esto sucedió. Algunas mujeres de las nuestras nos han sorprendido: fueron al sepulcro esta mañana temprano, pero no encontraron el cuerpo, al volver nos dijeron haber tenido una visión de ángeles que les declararon que estaba vivo. Algunos de nuestros amigos fueron al sepulcro y encontraron todo tal como las mujeres habían dicho, pero a él nadie lo ha visto”.
            Estas personas relatan lo que saben sobre Jesús de Nazareth como un hombre importante y bueno, con datos bastante precisos, como hasta hoy lo estiman los no creyentes considerando con espíritu crítico el relativo valor histórico de los textos bíblicos. Lo hacen ellos en un tono desesperanzado porque sienten que no cumplió sus expectativas de liberación terrenal. Así exhiben su cultura – en el caso suyo, como judíos - con sus esperanzas fallidas, sus anhelos de liberación, su valoración de lo bueno y hasta de lo santo.
            En esta etapa del diálogo con las personas, con su dolor y con su cultura, y no antes, Jesús considera oportuno proponer su mensaje salvador como misionero, cuestionando su comprensión incompleta de las Escrituras. Sólo después de sacar a relucir las expectativas profundas de esas personas, que pueden haber sido un hombre y su mujer, que representan a todos cuantos peregrinan por este mundo con sus búsquedas de algún maestro y de algún liberador, Jesús pronuncia el kerigma de su muerte y resurrección en un llamado a cambiar de actitud, sobre todo, a tener fe en la palabra profética contenida en las Escrituras:
Entonces les dijo: ´Oh gente de corto alcance, ¡qué tardos para creer el mensaje completo de los profetas! ¿No estaba previsto que el Mesías iba a sufrir y a entrar así en su gloria?”
            El maravilloso anuncio pascual despierta la curiosidad de esas personas de buena voluntad que habían estado buscando liberación. Jesús habla del Salvador muerto y resucitado procurando remecer el corazón de esas personas desilusionadas que se alejaban de Jerusalén, de su templo y del Jordán donde tantas enseñanzas y hasta prodigios habían presenciado.
            Ahora que los tiene dispuestos a escuchar, comienza, como nueva etapa, una catequesis iniciática que amplía, profundiza y explica el anuncio evangélico primero o kerigma con sus consecuencias.
Entonces, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó a través de las Escrituras los pasajes que se referían a él”.
             No es posible imaginar esta exposición como un monólogo de Jesús, sino como una animada conversación en que uno u otros sacaban a colación diversos textos bíblicos que requerían aclaración y una explicación cristocéntrica, soteriológica y también práctica. Se ha establecido un prolongado diálogo amigable entre Jesús y sus catequizandos, que despierta en ellos no sólo una relación pasajera de compañeros de viaje, sino que los lleva a invitarlo a comer y a pasar la noche en su casa.
Cuando llegaron cerca del poblado adonde iban, él hizo ademán de seguir adelante, pero ellos le insistieron que se quedara con ellos: ‘La tarde está avanzada’ dijeron’ y el día está casi terminado’. Así que él entró para quedarse con ellos”.
            El encuentro culmina con un signo sacramental que tal vez ellos al menos habían oído mencionar que ocurrió en la última cena del Maestro con sus principales discípulos:
Cuando estaba con ellos a la mesa, tomó el pan y dijo la bendición; entonces lo partió y se los entregó. Y se les abrieron los ojos y lo reconocieron; pero él había desaparecido de su vista. Entonces se dijeron uno al otro: ’¿No ardían nuestros corazones cuando hablaba con nosotros en el camino y nos explicaba las Escrituras?”
            La fracción del pan, signo de la entrega del Mesías hasta la muerte y la resurrección, hace rememorar, a los ahora discípulos de Jesús el Cristo, toda su experiencia anterior de oyentes habituales de la Palabra y les hace palpable la gracia del Espíritu iluminador de la fe, la esperanza y la caridad. La comprensión de la gran noticia para el mundo, captada en el diálogo con su Maestro (catequista), tan diferente del trato acostumbrado desde su niñez con los maestros de la ley, y celebrada en el misterio eucarístico, no los deja quietos, les hace olvidar el cansancio de la caminata y las emociones vividas en los días recientes, y partir de inmediato a integrarse con la comunidad de los demás discípulos:
Ellos partieron al instante y volvieron a Jerusalén. Allá encontraron a los Once reunidos con sus compañeros, que les dijeron: ´Sí, es verdad. El Señor ha resucitado y se apareció a Simón.’ Entonces ellos contaron su historia de lo que había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido en la fracción del pan” (Lc 24, 13-35).
            La vuelta de estos discípulos que se habían alejado de Jerusalén, hacia la comunidad tiene al menos un doble significado: no sólo el reunir a los dispersos, como Jesús había dicho que ocurriría cuando lo levantaran en lo alto de la cruz, sino también la comunicación misionera del misterio de Dios haciéndose presente a ellos en el curso de su vida y también mediante el signo de la comunión sacramental. La iniciación a la fe evangélica realizada por Jesús ha convertido a los alejados, tras un prolongado diálogo iniciático, ardiente y comprometedor, en discípulos integrados a la comunidad y en misioneros de la Buena Noticia.    
2.      Parte de la vida y la afecta desde el encuentro personal con Jesucristo sin pretender llevarla a la perfección.
La formación del catequista adquiere un carácter iniciático cuando introduce a la persona en un proceso que paulatinamente le cambia la vida a raíz del contacto con Alguien que da un significado nuevo a su existencia, que ofrece motivos para vivir con esperanza y ser feliz, que da sentido al sufrimiento, que invita a compartir con los demás, que impulsa a transformar el entorno y a trascender de sí mismo y de su realidad.
El candidato a catequista va descubriéndose progresivamente como un ser que es  aceptado y amado a pesar de sus contradicciones personales que le revelan frágil, herido y débil. En la relectura de las necesidades propias y ajenas encuentra en Jesucristo a Aquel que acoge incondicionalmente y hace aflorar la humanidad y dignidad que Dios ha escondido en el corazón de cada persona.
3.      Consta de etapas, ritos, símbolos y escrutinios  ofrecidos en forma de itinerario
Como toda iniciación, la iniciación cristiana prevé etapas. El paso de una etapa a otra conlleva ritos, escrutinios, los cuales tienen por objeto purificar las almas y los corazones, proteger contra las tentaciones, rectificar la intención y mover la voluntad, para unirse más estrechamente a Cristo,[14] todo ello se celebra mediante gestos y símbolos sagrados, el cambio que se va experimentando aviva a nuevos retos de vida cristiana siempre abiertos a la originalidad y creatividad del Evangelio.
4.      Requiere de un acompañamiento personal y comunitario.
Todo el proceso anterior ha de desarrollarse en una especie de tiempo de noviciado,  que permita un acompañamiento personalizado y que finalice con el reconocimiento oficial del ministerio de catequista.
Esta experiencia lleva al sujeto no sólo al reconocimiento individual sino colectivo, pues se inserta en la comunidad de los que han sido amados también por el Señor. Con ellos y por medio de ellos siente la llamada a compartir su vivencia y a discernir la forma de llevar a cabo el ministerio de acompañar a los miembros más jóvenes al encuentro con Jesús.
La comunidad juega un papel importante en la formación iniciática: ella propone ritmos e itinerarios adecuados para la iniciación; establece criterios que permitan verificar el proceso de crecimiento en sus diferentes etapas; y finalmente configura con ello la forma en que el catequista pasará de ser iniciado a ser iniciador de otros. La formación iniciática necesita de una comunidad que valore y promueva en su seno la iniciación como fuente de reinvención de sí misma.
5.      Desarrolla en el iniciando capacidades y actitudes que le habilitan para la misión.
La formación iniciática debe incluir los elementos comunes a toda iniciación:
-          Una nueva forma de relacionarse y comunicarse
-          Una nueva comprensión de la vida y de la historia
-          Una nueva lectura y transformación de la realidad y las cosas
-          Incorporación a la experiencia de vivir en comunidad
6.      Promueve la experiencia, originalidad,  creatividad y espiritualidad.
La formación iniciática del catequista debe estar atenta a evitar algunos peligros:
-          desarrollar el itinerario formativo privilegiando la transmisión de conocimientos más que la adquisición de habilidades, y destrezas,  actitudes y valores.
-          ofrecer un modelo prefabricado de vida cristiana que inhiba la facultad creativa y original que suscita el Espíritu en cada persona.
-          desarrollar una espiritualidad que no parta de la vida cotidiana, con sus problemas y preocupaciones, alejada del quehacer diario del catequista.



III. Nuevo camino de formación iniciática de los catequistas.
3.1 Contenidos al servicio del catequista
3.1.1. EL “SER” DEL CATEQUISTA
a) Persona. La persona del catequista como primer eslabón en el itinerario de su formación es algo que hoy no encuentra discusión.
Esta afirmación tiene su innegable fundamento en el misterio mismo de la encarnación, por el que el Hijo de Dios asumió plenamente nuestra humanidad. Desde ese momento, la Iglesia  no puede sino asumir lo humano como el canal ordinario de su acción santificadora.
b) Identidad. Mujer y hombre, ricos y pobres o cualquier otra clasificación humana son los elementos más comunes que identifican la figura del catequista. Los procesos de su formación deben atender su identidad como persona, su manera de relacionarse consigo mismo, con los otros,  con el mundo globalizado: cultura, política, economía, ecología, etc. (DGC 230).
c) Afectividad. De manera particular, ya que el catequista es parte de un mundo cada vez más violento, su formación debe estar atenta a llenar aquellos espacios afectivos que lo hacen incapaz de amar y de ser amado. Si hay algo que es propio de su misión es aprender a amar al ser humano, mostrarse feliz, plenamente realizado, capaz de contagiar y acoger; dotado de una amabilidad sin límites que sea auténtica expresión de la Buena Noticia que se le confía transmitir.
d) Relaciones. Su capacidad de relacionarse con los otros deberá tener como meta su referencia a la comunidad cristiana. Su trabajo no es nada que pueda aislarse de un proyecto común, porque la catequesis es una acción de la Iglesia y no un proyecto personal. (DGC 253-254). Por lo mismo, el catequista está obligado a atender con docilidad y apertura aquellos lineamientos u orientaciones que afectan la comunión con su Iglesia Particular.
e) Discernimiento. Por otra parte, los itinerarios de su formación deberán establecer frecuentes “momentos de escrutinio”  que ayuden al catequista a enfrentarse consigo mismo y a descubrir con franqueza aquellos espacios en los que humanamente no ha podido alcanzar la madurez deseada. No se trata, por supuesto, de lograr “extraterrestres”, sino seres humanos, en todo caso susceptibles de fracasos y sufrimientos, pero con capacidad de asumir sus propias limitaciones con la serenidad de la fe y como seres siempre perfectibles.
3.1.2  SABER “CONVIVIR”:
“La dinámica del proceso evangelizador comienza con el despertar y suscitar la conversión y la adhesión en la fe a Cristo. Continúa con el momento de la estructuración y fundamentación de la conversión. Y conduce, mas no con concluye, a la inserción en la comunidad de discípulos, como discípulo y misionero” (III Semana Latinoamericana de Catequesis, 5.5.a).
            a) Formar comunidad. La formación iniciática del catequista exige, por tanto, su iniciación e inserción en una comunidad eclesial, dado que el catequista es, un ser relacional y un discípulo de Jesús que vive en comunidad y en ella puede hacer la experiencia y dar testimonio del Mandamiento Nuevo de Jesús: “En esto todo sabrán que ustedes son mis discípulos, si se aman unos a otros como yo les amo a ustedes” (Jn 13, 34-35).
b) Comunidad de enviados. Todo catequista está llamado a formar comunidad viva con sus cohermanos y cohermanas catequistas y a construir con los catequizandos una pequeña pero verdadera comunidad eclesial. Esto no sólo es intrínseco al discipulado, sino que  hoy se convierte en una exigencia profética de cara a la ideología individualista y violenta en la que vivimos.
Todo catequista es invitado a vivir y re-expresar la experiencia de la comunidad fundante como nos relata Marcos 3, 13-15: a) Jesús llama a quien él quiere y la persona va a su encuentro; b) formando comunidad con aquellos que respondieron sí; c) y los envía para anunciar y expulsar los demonios. Otros pasajes que complementan este hecho de la Iglesia fundante son Hechos cap. 2, 42-47 y 4, 32-35.
La Iglesia es comunidad, en último término, porque ha de reflejar la misma imagen del Dios Trinidad, que es amor, comunión de personas (cfr. 1Jn 4, 8) y que Pablo y Juan concretizan en  1Jn 4, 20-21 y 1Cor 13, 1-13.
c) Opción por los últimos. El discípulo y la comunidad de los seguidores de Jesús, son urgidos a vivir según el estilo de vida del Maestro, quién ha hecho opción preferencial por los últimos, la cual se revela en su Proyecto mesiánico, (Lc 4, 16-21), y en la presencia sacramental del Resucitado en los pobres, (Mt 25, 31-46).
            d) Capaz de convivencia. Según la antropología cristiana el ser humano es un ser en relación, consigo mismo, con los demás, con la creación y con Dios. La formación en relaciones humanas debe ser, entonces, parte del itinerario de la formación iniciática del cristiano y, con tanta mayor razón, del catequista. Y algunos aspectos de esta formación para una convivencia son: un catequista que es acogedor, presta atención a las personas, cuida de las amistades; está atento a los pequeños gestos que alimentan relaciones positivas.  La delicadeza diaria, simple, también es un anuncio del amor de Dios a través de la consideración de los sentimientos de las personas. Una comunicación auténticamente evangélica supone una experiencia de vida en la fe y de fe, en el amor y de amor, capaz de llegar al corazón de aquel a quien se catequiza.  (Cfr. DNC 268).  
            En coherencia con lo antes dicho, el modelo académico de cursos para formación de catequistas debe ser sustituido por otro de cuño comunitario, experiencial, en el que la fraternidad, la iluminación de la Palabra, los contenidos esenciales de la fe, el compartir y celebrar la vida, la oración y la orientación ética conformen una unidad que forje esta imagen de catequista iniciado.
3.1.3        EL  “SABER” DEL CATEQUISTA
a) Conocimiento e inculturacion. Dentro del camino iniciático, el catequista necesita apropiarse de los contenidos esenciales que se refieren al sujeto de la catequesis, a su ambiente, al mensaje y a toda aquella aportación que nos viene de las ciencias humanas y teológicas que hacen accesible la comunicación del mensaje. No se trata solo de una apropiación mecánica, especulativa o de una simple acumulación de conocimientos teóricos, sino también y sobre todo de un aprendizaje eminentemente pastoral y sapiencial ligado a la vida.
Con el fin de abrirse a la auténtica imagen de Dios revelada en Jesús, vivida y transmitida por la “traditio fidei” de la Iglesia a lo largo de su historia, el catequista será ayudado a reflexionar, corregir y superar las falsas imágenes de Dios que ha venido incorporando en su vida y que se han incrustado en la misma tradición eclesiástica. Él aprenderá a formarse una conciencia crítica derribando los estereotipos en que se había apoyado y a no continuar fundándose en ellos.
Este saber requiere que el catequista se ejercite en el aprendizaje de una lectura atenta, comprensiva, de la observación y contacto con la vida, de una mirada crítica de los problemas y dificultades personales, familiares, sociales e históricos que afectan tanto su propia vida como la de sus formandos, convirtiéndose así en un experto en humanidad, comunicador de valores y orientador de la vida.
b) Contenidos básicos. Sin pretender que nuestros catequistas deban poseer un conocimiento enciclopédico, conviene destacar aquellos ejes referenciales de contenido esencial que son necesarios a su formación básica fundamental:
·         Conocimiento básico y esencial de las ciencias humanas: especialmente de la antropología cultural, de la sociología, de la  psicología, de la pedagogía y de los nuevos lenguajes de la comunicación.
·         Una visión realista y crítica de la historia local nacional, continental y universal, y de los cambios que ocurren en la sociedad
·          Conocer la problemática en el campo ecológico y sus consecuencias en la construcción de la “casa común de la humanidad”.
·          Una introducción bíblica acompañada de una lectura latinoamericana y de una hermenéutica adecuada.
·         Conocimiento de los elementos básicos que se refieren al núcleo de nuestra fe, destacando la centralidad de la persona de Cristo y de su Misterio Pascual.
·          Conocimiento de los Documentos doctrinales y de orientación: Catecismos, documentos catequéticos, encíclicas, manuales, etc.
·          Conocimiento de las culturas de nuestros pueblos y de las pluriculturalidad de nuestra sociedad, identificando las Semillas del Verbo sembradas en ellas para un diálogo con el Evangelio: Inculturación.
  •  Una clara visión de las exigencias éticas y de las dimensiones sociales del Evangelio.
3.1.4        “SABER HACER” DEL CATEQUISTA
a) Pedagogía de la fe.  Afirmamos que el principio pedagógico por excelencia es “aprender haciendo”. El mismo proceso iniciático es ya de por sí un aprendizaje, y al acompañar la   iniciación de sus catequizandos, el catequista no solamente sabe conducirlos en este camino, sino que al mismo tiempo refuerza su propia  iniciación.
El catequista es un educador que facilita la maduración de la fe que el catecúmeno o el catequizando realiza con la ayuda del Espíritu Santo. (DGC 244). Se deberá respetar la pedagogía original de la fe.
b) Comunicador de la fe. El catequista es un mediador de interrelaciones en la dinámica del Reino. La comunidad de catequistas es un espacio privilegiado de relaciones fraternas, de ayuda y de crecimiento. Las relaciones pasan por la experiencia del diálogo, del compartir, de la amistad, de la convivencia entre los grupos de trabajo, las fiestas (Cfr. DNC 271).
El catequista es un comunicador de la Buena Noticia: esta dimensión implica una exigencia particular en su formación para que supere la improvisación o la simple buena voluntad. Será necesario considerarla debidamente en la formación para desarrollar habilidades en comunicación. (Cfr. Manual Testigos y Servidores de la Palabra, capítulo 10; DNC 272-276)
            Es necesaria una formación de los catequistas que considere en su profundidad algo que es propio a la naturaleza del mensaje cristiano, porque pertenece a la pedagogía de Jesús y que la liturgia recoge sabiamente: los signos, los gestos, las palabras, los símbolos, los ritos y las narraciones. Específicamente, debe destacarse el gesto del contacto físico. Para curar, Jesús tocaba a las personas y los enfermos querían acercarse a él para tocarlo.
c) Comunicación y ternura. Hay que tener en cuenta que la educación en la fe pasa también por la ternura. El catequista necesita cultivar relaciones humanas de calidad, ya que ellas permiten mayor interacción entre las personas.  Jesús creó espacios de relación afectuosa, acogedora, misericordiosa, que permitían a las personas mayor proximidad.
d) Formación permanente. Las habilidades en comunicación, en pedagogía, en  metodología y en planificación deben continuar desarrollándose, ya no en un momento de iniciación sino de seguimiento, partiendo de un posible itinerario que a grandes rasgos toca los siguientes temas: el fenómeno de la comunicación humana, los lenguajes en la catequesis, la cultura mediática-digital, la ética en las comunicaciones sociales. 
3.2. La vida interior
El catequista requiere para su misión de educar en la fe una intensa vida espiritual. Este es el aspecto culminante y más valioso de su personalidad como catequista y, por tanto, la dimensión preferente de su formación.  El verdadero catequista es el que coloca su vida bajo el don de la gracia de Dios y de la santidad.
Su vida espiritual se centra en una profunda comunión de fe y de amor con la persona de Jesús. Su formación espiritual se desarrolla en un proceso de apertura y fidelidad hacia el Espíritu Santo y, la manera más adecuada para alcanzar ese alto grado de madurez interior es introducirse en una intensa vida sacramental y de oración. (Cfr. Guía para los catequistas n. 22)
La espiritualidad es un estilo de vida, don del Espíritu Santo. De ella el  catequista recibe el amor y el impulso para dedicarse a la tarea de proclamar la Palabra de Dios y ser un educador de la fe. Gracias a la espiritualidad se va amoldando gracias a la espiritualidad las relaciones que vive en su misión catequética, y a aquello que él es y que él hace. En la Catechesi  Tradendae se entiende la espiritualidad del catequista como un ser discípulo, o sea,  aquel que se sitúa en la escuela del maestro, tornándose su portavoz (n. 6); vive en profunda comunión con Él (n. 9); y se coloca en sintonía con las inspiraciones del Espíritu Santo,  Maestro interior, y se deja guiar por Él (n. 72), para transmitir el mensaje evangélico con alegría (n. 56), con entusiasmo y coraje (n. 62). Toda espiritualidad tiene su fuente y meta final en la Santísima Trinidad, por el bautismo estamos invitados a entrar en la intimidad de Dios, vivir su vida, participar de su amor.
Dios siempre está presentando caminos nuevos para llegar hasta nosotros pero siempre cuenta con nuestra colaboración. Tres puntos importantes para ello son:
a.       Re-aprender a rezar: rezar es gustar de Dios. Es importante que el catequista encuentre su forma personal de rezar, en una intimidad con Dios y en busca de las cosas de Dios, abandonándose a la oración y participando de los sacramentos particularmente de la Eucaristía y de la Reconciliación.
b.      Cultivar la espiritualidad: es un proceso permanente que está presente y anima los distintos elementos de su acción, influencia las opciones pedagógicas y metodológicas, provoca una interacción entre fe y vida,  torna más transparente y visible el mensaje cristiano que él vive en la comunidad y lo transmite a través de su acción catequística.
c.       Buscar el proyecto de Dios manifestado en Cristo Jesús para toda la humanidad, haciéndonos participar de su vida y misión por la acción del Espíritu Santo en la Iglesia. Como Jesús el catequista, en la oración personal y comunitaria, conversa continuamente con el Padre sobre su misión, sus catequizandos, su comunidad eclesial, sus alegrías y dificultades, sus éxitos y fracasos.
La espiritualidad del catequista entonces debe ser global, integrando dimensiones como: la bíblica, la cristocéntrica, la eclesial, la litúrgica, la mariana, encarnada en la realidad del pueblo, y la ecuménica.
3.3 La vida comunitaria
El catequista será siempre ”llamado y enviado” para servir a una comunidad de la cual ha venido, mediante la cual le viene el mandato de anunciar el Evangelio, también de ella le viene la fe, la posibilidad de encontrarse y adherirse ha Jesucristo y de compartirlo con los demás. (Cfr. EN) 
El catequista debe formarse en una conciencia comunitaria y eclesial, no puede evangelizar en solitario; los valores del Reino se viven en comunidad, primer ensayo del Reino, y todos los miembros son corresponsables en la misión de anunciar y hacer realidad el reinado de Dios.  Desde aquí se va educando en y para la libertad. 
Es también en la comunidad donde se engendra al catequista que una vez iniciado, alcanza una madurez tal que es capaz de convertirse en un catequista en medio de otra comunidad distinta de la de su origen.
3.4.  La vida de oración
¿Qué ora nuestro pueblo?
Existe una realidad orante en la vida de todo creyente.  Partiendo del contexto del que proceden nuestros catequistas, en la mayor parte de los casos se inicia por su contacto con las manifestaciones de la religiosidad popular que se van asumiendo en la vivencia. 
Saber formarse en la oración, conociendo y practicando las diferentes formas de orar de la Iglesia, en la que el catequista se reconoce como miembro activo, han de tomarse en cuenta tres elementos esenciales al iniciar a orar: 
1-      El reconocimiento de su propia vida, que le haga capaz de utilizar bien las fórmulas para entender la existencia donde se produce su encuentro con Dios;
2-      Su realidad cultural, en la diversidad de sus expresiones y,
3-      Su condición laical, que trasciende de modo especial en la familia y en trabajo, pues la mayoría de nuestros catequistas son laicos.
Necesita de una espiritualidad que se alimente desde su experiencia personal de oración, que le conduzca cada vez más a la comunión con Dios,
Una sólida vida de oración, una firme espiritualidad conduce a que “Todo catequista debe verse a sí mismo no como proveedor de doctrinas sino como testigo de la fuerza transformadora del don del amor de Dios en Cristo, existente en modo efectivo en la vida de los creyentes por el poder del Espíritu”[15]
3.5. La vida litúrgica
3.5.1        Formación para la vida litúrgica
Hoy día la dimensión de lo sagrado se ha diluido, es necesario, por lo tanto, iniciar y potenciar el sentido de lo sagrado. Se torna básico que quien va a conducir a otros a la celebración de los misterios tenga una vivencia y entendimiento profundo de los mismos.
Partiendo de la experiencia de la historia de nuestra propia vida, se va descubriendo la presencia de Dios, que va fundamentando nuestro contacto con el misterio del hombre, de la creación y de una auténtica relación con un ser superior. Así poco a poco se llega a percibir la propia historia como historia de salvación.
Otro aspecto fundamental es acompañar de manera gradual a los catequistas en su iniciación en la experiencia de lo que vive, ora y celebra la Iglesia en la liturgia.  Una liturgia vivida en sus distintas dimensiones, que le haga crecer como persona y ayudar a la comunidad a vivirla, en especial a sus catequizandos, a quienes debe saberla comunicar. (Cfr. Guía para los catequistas, n. 22) 
Consideramos como elementos importantes para la formación iniciática de la vida litúrgica del catequista los siguientes:
a)      Centralidad del Misterio Pascual de Cristo en la vida de los cristianos y en todas las celebraciones litúrgicas.
b)      La liturgia como momento celebrativo de la Historia de la Salvación.
c)      La liturgia como ejercicio del sacerdocio de Jesucristo y del sacerdocio común de la comunidad reunida en torno a Él por la fuerza del Espíritu Santo.
3.5.2        Celebración del misterio
Es de vital importancia que desde el primer momento el catequista experimente el sentido y la unidad de los sacramentos de iniciación, para lo cual se le debe iluminar convenientemente.  Especialmente la importancia de la Eucaristía, como signo de comunión con Dios, en Cristo. Ella se convierte en signo que marca, con su gracia, momentos fuertes de la vida del catequista y la comunidad y actualiza la Salvación en el diario vivir.
La proclamación de la Palabra, la homilía, las oraciones, los ritos sacramentales, la vivencia del año litúrgico y las fiestas son verdaderos momentos de educación y crecimiento en la fe.  La liturgia es fuente inagotable de la catequesis, no solo por la riqueza de su contenido, sino por su naturaleza de síntesis y culmen de la vida cristiana (Cfr SC 10). En cuanto celebración ella es al mismo tiempo anuncio y vivencia de los misterios salvíficos; contiene, en forma expresiva y unitaria la globalidad del mensaje cristiano.
Una auténtica formación de catequistas es aquella que incluye en su proceso el momento celebrativo como componente esencial de la experiencia religiosa cristiana del catequista.  Es esta una de las características de la dimensión catecumenal que como actividad catequética se debe asumir, desde el momento de su primera formación. 
3.5.3        La dimensión mistagógica.
Para que sea el catequista el primer convencido del significado profundo de los misterios de la fe, debe recuperar la dimensión mistagógica del ministerio catequístico, llegando a interpretar la experiencia humana a la luz de la divina revelación,  pues,  para que la catequesis sea efectiva debe iluminar a la persona, empezando, por lo tanto, por el catequista, y esto sobre el drama de nuestra salvación que se desarrolla en la vida de toda la humanidad, de modo cotidiano, desde los aspectos más comunes, hasta los aspectos más trascendentes. Esto lo llevará a realizar como Iglesia su opción preferencial por los pobres, ya que el evento de la Salvación se vive desde ellos y su situación.

3.6       La vida Mariana
En esta época, en que la dignidad de la mujer es avasallada y vista como objeto, sentimos la necesidad de volver a la experiencia maternal de todo ser humano y mostrar a María como testigo fundamental del kerigma: “María es Madre y es discípula”.  El catequista “mucho más que ser un pedagogo; es quien ofrece el amor de un padre; más aún, el de una madre. Tal es el amor que el Señor espera de cada anunciador del Evangelio, de cada constructor de la Iglesia” (Cfr. DGC 239)
Por ello el catequista al iniciarse debe ser capaz de ir conociendo la realidad de aquella mujer que en medio de la condición que vivió, es absolutamente cercana a la mujer y el hombre actual, que busca la vida de relación con Dios en medio de sus sufrimientos, gozos y esperanzas.
Es importante que en la etapa iniciática se presente a María como la primera discípula conducente a Jesús. Como testimonio de quien es un creyente, María se convierte en una Testigo a  quien se puede admirar, suscita una admiración que se torna en referente para el catequista, pues ella nos abre al encuentro con su Hijo Jesucristo.
Ejercitar el espíritu Mariano, aprender de la Virgen María, partiendo de su ejemplo de obediencia a la Palabra. El testimonio de María es realización perfecta de humanidad y de santidad (DP 282). De este modo será como su ministerio engendrará frutos, pues no es su esfuerzo solamente, o menos aún la comunicación de sus palabras, sino la Palabra del Señor la que debe de procurar transmitir para que como una “semilla sembrada en buena tierra dé una cosecha abundante” [16]  
Teniendo una vida de constante oración como María, podrá ser conciente de percibir la presencia de Dios a través de los acontecimientos cotidianos en su tarea catequística, que lo hace capaz de asumir la actitud de la Virgen Santísima de saber ofrecer a Cristo a sus hermanos[17], trabajando como ella de modo silencioso, abnegado, humilde, transmitiendo alegría y esperanza a sus catequizandos.

IV. Conclusión:
Como se hacía referencia al principio, la vida entera de Jesucristo es un libro abierto de su persona y su pedagogía: su presencia, su predicación, sus milagros, sus gestos, su habilidad para comunicarse, el conocimiento de su misión y de su persona, la intensidad de su oración y sus actitudes, expresan el camino a seguir del cristiano y, en especial, del catequista.
Para lograr que el catequista se eduque en el anuncio y realización del Reino, debe tener éste Reino como meta en su propia vida.  De este modo logrará hacer suyo el celo por el Reino que Jesús manifestó (Cfr. DGC 239).
La pedagogía que desarrolle ha de estar enmarcada por la Ley de la Encarnación, para ello deberá conocer el misterio mismo, con la conciencia de que así como Jesús, el catequista es una persona concreta, situada en el tiempo y en el espacio, enraizado en una cultura determinada, a la cual es enviado para anunciar la Buena Nueva. 
En fin, el catequista debe como parte de su formación conocer la vida de su pueblo y manifestarse cercano a la gente del mismo.  Debe conocer las experiencias vitales, las necesidades, temores, luchas y aspiraciones de la gente de su comunidad y de su país, para así inculturar el  Evangelio, desde la óptica de la Nueva Evangelización, nueva en su ardor, métodos y expresiones.[18]
Bien afirma el Papa Benedicto XVI: “el continente latinoamericano necesita con urgencia una nueva Evangelización, que nos impulse a profundizar en los valores de nuestra fe, para que sean savia y configuren la identidad de esos amados pueblos"[19]
¿Cómo desarrollar una mayor opción preferencial por los pobres y débiles?  ¿Cómo crecer más en el ser profeta?  ¿Cómo educar en y para la libertad?  Aún es mucho lo que está por contestarse, sin embargo se podría decir que estos son a grandes rasgos los pilares fundamentales de un itinerario de formación iniciática para los catequistas.
Bibliografía.
Acha, Víctor  s. N Nueva Evangelización ¿propuesta o desafío? Claretiana Bs.As. 2007
Concilio Vaticano II, Madrid, BAC, 1991.
Catecismo de la Iglesia Católica, 1992.
Pablo VI, Evangelii Nuntiandi: la Evangelización del mundo contemporáneo.  Exhortación Apostólica de S.S. Pablo VI. Madrid: San Pablo 1995.
Juan Pablo II, Catechesi Tradendae. Exhortación Apostólica. San José de Costa Rica: CONEC 3 1998.
Juan Pablo II, Christifideles laici. Exhortación Apostólica de 30 dic. 1988. San José, Costa Rica, Editorial e Imprenta Ludovico, 1992
Juan Pablo II, Nuovo Millenio Ineunte. Exhortación Apostólica, San José, Costa Rica, Editorial e Imprenta Ludovico, 2002
Congregación Para El Clero, Directorio General para la catequesis. Ciudad del Vaticano: Libreria Editrice Vaticana, 1997.
Congregación para la Evangelización de los Pueblos, Guía para los Catequistas. Documento de orientación vocacional, de formación y de promoción del catequista en los territorios de misión que dependen de la Congregación para la evangelización de los pueblos. San José de Costa Rica: CONEC 1999.
Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina. Documento de Puebla. Bogotá: Secretariado General del CELAM 1979.
Departamento  de   Catequesis del Celam,  La  catequesis  en  América Latina.  Orientaciones  comunes a  la  luz  del  Directorio General para la Catequesis. Santa Fe de Bogotá: Secretar. General del CELAM 1999.
Departamento De Catequesis del Celam, Testigos y Servidores de la Palabra. Manual de formación catequética. Santa Fe Bogotá: Etorial Publicaciones CELAM 2003.
Bissoli Cesare - Joseph Gevaert (eds.), La formazione dei catechisti. Problemi di oggi per la catechesi di domani. Torino: Elle Di Ci 1998.
Sebastiá Taltavull, Tiempo de oportunidades, en “Catequistas”, Madrid, n 174 (2006)
Ufficio Catechistico Nazionale,La formazione dei catechisti nella comunità cristiana. Formazione dei catechisti per l’Iniziazione Cristiana dei fanciulli e dei ragazzi. Roma, 4 junio 2006, en http://www.chiesacattolica.it

SIGLARIO:


CAL = La catequesis en América Latina. Orientaciones comunes.
DGC = Directorio General para la Catequesis.
DH = Dignitatis Humanae
DNC = Diretório Nacional de Catequese – Brasil
DP = Documento de Puebla
NMI =  Nuevo Millenio Ineunte


[1] V.S.Acha Nueva Evangelización ¿propuesta o desafío? Claretiana Bs.As. 2007
[2] Lc 19,10
[3] “Por la expresión transmisión de la fe solemos entender en los países de tradición cristiana el proceso por el que las generaciones adultas de creyentes comunicaban a las generaciones jóvenes el legado del cristianismo… El contenido de lo que se solía transmitir hace referencia a la fe, pero lo que realmente se transmitía era mucho más y mucho menos.” Martín VELASCO Juan, “La Transmisión de la Fe (I), Catequistas, Madrid, 174, 4-5  (2006)  La fe es creer voluntariamente en Dios (Cfr. CIC. 166), el acto de fe es voluntario por su propia naturaleza  (Cfr. DH, 10), por lo tanto la fe va más allá de una simple transmisión y podemos afirmar que en la actualidad los procesos catequísticos luchan, sobre todo, por robustecer la fe de los creyentes.
[4] Cfr. C.A.L. 197.
[5] Cfr. CT 21.
[6] Cfr. Tiempo de oportunidades, Sebastiá TALTAVULL, en Catequistas, Madrid, n 174, (2006), 10-12.
[7] Cfr. Documento de Participación "Hacia la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe", Bogotá, D.C.-Colombia, 2005)
[8] Christi fideles laici 59.
[9] Guía para los catequistas en Tierra de Misión, 20.
[10] Cfr. Guía para los catequistas en tierra de misión, 20.
[11] DV 25
[12] Cfr. Testigos y Servidores de la Palabra, DECAT, Bogotá, D.C.- Colombia, 2003, capítulo 7, página 183.
[13] Explicación y entrada al misterio que se ha empezado a vivir.
[14] Cfr. R.I.C.A. n. 154
[15] GAILLARDETZ Richard R. Ser Puente, Espiritualidad del Catequista, Editorial Claretiana, Argentina, 2003, 12.
[16] Cfr. Mt 13, 1-23 “La parábola del sembrador”.
[17] Cfr. DEPARTAMENTO DE CATEQUESIS, CELAM, Testigos y Servidores de la Palabra, 220
[18] Cfr. Juan Pablo II, Discurso a la Asamblea del CELAM, Haití (9 de marzo de 1983).
[19] Benedicto XVI, Reunión con la  Pontificia Comisión para América Latina, 20 En visform@pressva-vis.va , 2007.

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