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sábado, 2 de abril de 2011

Características laicales en Jesucristo sumo y eterno sacerdote

En la escena del bautismo de Jesús, a partir de la cual se inicia su misión pública, se nos revela lo que fue su experiencia fundante y fundamental, su vocación, que se fue gestando en sus primeros treinta años de vida; la experiencia de ser amado apasionada e incondicionalmente por el Padre: “Tu eres  mi Hijo, el amado, tu eres mi elegido” (Mc 1,11). Jesús siente que su misión es comunicar esa experiencia a sus discípulos y a la humanidad entera: que ellos también son hijos amados y elegidos por el Padre. Como dice Pablo

La presencia misma de Jesús en medio de nosotros es un misterio, por eso, quienes creemos en su palabra y misión sabemos que no podemos estudiarlo como un objeto de laboratorio: Jesús humano y Jesús divino. Hemos de considerarlo siempre como un todo; es decir, verdadero Dios y verdadero hombre. Ahora bien se puede decir que Jesús por lo tanto es esencialmente distinto a toda creatura. Sus palabras y acciones responden a una única persona en dos naturalezas.
Se me ha pedido hacer un estudio sobre las características laicales que vivió Jesucristo en su tiempo y para esto primeramente debemos explicar que entendemos por laico. La palabra laico viene de vocablo griego laos que significa pueblo. En este sentido el concilio vaticano II en la constitución Lumen Gentium “designa con el nombre laicos a todos los fieles cristianos a excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso sancionado por la Iglesia; es decir, los fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al pueblo de Dios y hechos partícipes a su modo del oficio sacerdotal, profético y real de Cristo ejercen en la iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos les corresponde”
Según la imagen bíblica de la viña, los fieles laicos – al igual que todos los miembros de la iglesia –son sarmientos radicados en Cristo.
Según este concepto Jesús no es laico puesto que no es sarmiento sino es la vid. Que al adquirir nuestra condición humana se lo ve como uno más entre nosotros eso es verdad. Jesús, creciendo y viviendo como uno de nosotros, nos revela que la existencia humana, el quehacer corriente y ordinario, tiene un sentido divino. Por mucho que hayamos considerado estas verdades, debemos llenarnos siempre de admiración al pensar en los treinta años de oscuridad, que constituyen la mayor parte del paso de Jesús entre sus hermanos los hombres. Años de sombra, pero para nosotros como la luz del sol. Mejor, resplandor que ilumina nuestros días y les da una auténtica proyección, porque somos cristianos corrientes.
Así vivió Jesús durante seis lustros, el hijo del carpintero. Después vendrán los tres años de vida pública, con el clamor de las muchedumbres. La gente se sorprende: ¿Quién es este?, ¿Dónde ha aprendido tantas cosas? Porque había sido la suya la vida común del pueblo de su tierra. Era el carpintero, hijo de María. Y era Dios, y estaba realizando la redención del género humano, y estaba atrayendo a sí todas las cosas.
¿Qué necesario es conocer a Jesús, observar amorosamente su vida?. Todos los días de Jesucristo en la tierra, desde su nacimiento hasta su muerte, fueron así: los llenó haciendo el bien. Y en otro lugar recoge la escritura: todo lo acabó bien, terminó todas las cosas bien, no hizo más que el bien.
¿Qué hizo Jesucristo para derramar tanto bien, y sólo bien, por donde quiera que pasó? Dicen los santos evangelios que Jesús obedecía (Lc11, 51). Hoy que el ambiente está colmado de desobediencia, de murmuración, de desunión, hemos de estimar especialmente la obediencia.
No olvidemos para obedecer, hace falta humildad. Miremos de nuevo el ejemplo de Cristo. Jesús obedece, y obedece a José y a María. Dios ha venido a la tierra para obedecer, y para obedecer a la creaturas. Son creaturas perfectísimas: Santa Maria y San José.
¿Donde se encuentra escondida la grandeza de Dios? Te digo que un pesebre, en unos pañales, en una gruta. La eficacia redentora de nuestras vidas sólo puede actuarse con la humildad, dejando de pensar en nosotros mismos y sintiendo la responsabilidad de a ayudar a los demás.
Cristo fue humilde de corazón (cfr. Mt 11,29) . a lo largo de su vida no quiso para El ninguna cosa especial, ningún privilegio. Comienza estando en el seno de su madre nueve meses, como todo hombre, con una naturalidad extrema. De sobra sabía el Señor que la humanidad padecía una apremiante necesidad de El.
No nos oculta el Señor  que esa obediencia rendida a la voluntad de Dios exige renuncia y entrega, porque el amor no pide derechos: quiere servir. El ha recorrido primero el camino. Jesús, obedeció hasta la muerte y una muerte de cruz. Hay que salir de uno mismo, complicarse la vida, perderla por amor a Dios y de las almas.
Aprendamos a obedecer, aprendamos a servir: no hay mejor señorío que querer entregarse voluntariamente a ser útil a los demás. Cuando sentimos el orgullo dentro de nosotros, la soberbia que nos hace pensar que somos superhombres, es el momento de decir que no, de decir que nuestro único triunfo ha de ser el de la humildad. Así nos identificaremos con Cristo en la cruz, no molestos, sino alegres.
En la carta a los hebreos se afirma que Cristo “tenía que hacerse en todo semejante a sus hermanos para ser ante Dios un pontífice misericordioso y fiel, capaz de espiar los pecados del pueblo; porque, si puede socorrer a los que son probados, es porque el mismo sufrió y fue probado” hb2,17-18
En este texto se efectúan dos cambios que nos es preciso considerar:
El primero consiste en aplicar a Cristo el titulo de sumo sacerdote, y el segundo consiste en el nuevo concepto de sacerdote que ha aquí se nos presenta.
Por primera vez la carta de los hebreos y en el nuevo testamento, Cristo es llamado sacerdote, sumo sacerdote.  Nosotros estamos acostumbrados hablar del sacerdocio de Cristo.  La cosa nos parece evidente, sin dificultad ninguna.
Si examinamos los textos del nuevo testamento observamos que anteriormente a la carta a los hebreos ningún texto atribuye a Jesús el titulo de sacerdote o de sumo sacerdote.  La tradición evangélica no usa jamás esos títulos aplicados a Jesús.  Los reserva únicamente para el sacerdocio levítico y, en la mayoría de los casos, los sumos sacerdotes son presentados como hostiles a Jesús, como sus enemigos.  La misma situación aparece en los hechos de los apóstoles; observamos, en más de un caso, como el titulo sacerdote viene usado para un sacerdote pagano (hech 14,13).  San Pablo no usa jamás la palabra sacerdote o sumo sacerdote; es decir, no habla nunca de sacerdote ni judíos, ni paganos ni cristianos.  Fuera de la carta a los hebreos, Cristo jamás es llamado sacerdote.
Esta situación se puede comprender fácilmente.  Es cierto que a primera vista, no se percibía ninguna relación entre la existencia de Jesús y la institución sacerdotal tal como se la entendía en el antiguo testamento:
-          La persona de Jesús no se presentaba con carácter sacerdotal;
-          El ministerio de Jesús no había tenido el carácter de un ministerio sacerdotal, y
-          La muerte misma de Jesús no se había presentado como un sacrificio ritual.
La persona de Jesús no era sacerdotal, según la ley de Moisés, puesto que Jesús no pertenecía a una familia de sacerdotes.
Entre los hebreos el sacerdocio se transmitía por vía hereditaria.  Había concedido por Dios a Aaron y a sus hijos; por tanto, no podía transmitirse a ningún miembros de otra tribu cualquiera (num 3, 10-38).  De esta manera se expresaba  la santidad, por medio de la separación, por una no transferencia entre familias sacerdotales y no sacerdotales.

Ahora bien, Jesús pertenecía a la tribu de JUAS NO ERA, por tanto sacerdote según la ley.  Nunca, durante su vida, pretendió Jesús ser sacerdote, ni ejercer ninguna función sacerdotal. 
Su ministerio se desarrollo más bien en la línea profética y no en la sacerdotal.  Se puso a predicar, como lo hacían los profetas. 
A veces se expresa con acciones simbólicas como hacían los antiguos profetas (por ejemplo, la higuera estéril, la expulsión de los mercaderes del templo).  Hizo milagros como los profetas Elías y Eliseo.  Jesús manifiesta que se considera a si mismo como un profeta como explica la incredulidad de sus paisanos diciendo: “la verdad es que ningún profeta es acogido en su tierra” (Luc 4, 24).
Y ciertamente fue considerado y tenido por profeta: “un gran profeta ha surgido entre nosotros” (Luc 7,16).
En la predicación de los profetas se observa frecuentemente una lucha contra los sacerdotes, un enfrentamiento.  Jesús, en cierto modo, continúa esta tradición profética.   Los evangelios nos narran un modo sistemático de obrar en Jesús en contra de la concesión ritualista de la vida religiosa.  Con frecuencia y exigencia de palabra y con hechos, Jesús se opone al concepto de santificación como fruto de distancia y separaciones.  En una controversia de la pureza ritual, Jesús demuestra que la verdadera religión no consiste en los ritos externos.  La pureza ritual se levantaba como categoría absoluta, ya que condicionaba hasta la misma participación en el culto; Jesús niega esta importancia.
En este mismo sentido van sus invectivas en contraste con el precepto exagerado del sábado.  Los textos se multiplican y abundan a lo largo de los evangelios.
A este propósito, Mateo cita una frase de un valor significativo: “Id, pues, a aprender que es aquello de misericordia quiero y no sacrificios” (mat 9, 13; mat 12, 7).
Aquí sacrificio no se entiende como una mortificación cualquiera;  se trata del sacrificio ritual y de todo lo que él se relaciona.  Entre los dos modos de servir a Dios, uno con ritos y separaciones, en otro por medio de relaciones humanas, Jesús elige con preferencia este segundo.  A los sacrificios rituales Jesús prefiere la misericordia, este es, la preocupación por las relaciones humanas.
Nada hay por tanto, en la persona de Jesús en su actividad, en sus enseñanzas, nada que este en la línea del sacerdocio antiguo.

Si tal era la situación, como se justifica la innovación que introduce la carta a mlos hebreos?.  Digámoslo ya de entrada: se trata de innovación que provoca a su vez otra novedad, y es la aplicación del título de sacerdote a los ministro de Cristo en la Iglesia.  Por tanto, para entender esta última innovación nos será de todo punto necesario entender la primera.

La innovación la carta a los hebreos se justifica como un posterior a hondar en el misterio de Cristo el cual viene reconocido como aquel se dan cumplimiento perfecto todas las sagradas escrituras.
La espera de un mesías sacerdote era normal, en cuanto al cumplimiento final; debía revelarse como el cumplimiento del proyecto de Dios en todos sus aspectos; ahora bien, el aspecto sacerdotal es importantísimo, ya que se trata de relación del pueblo con dios esta espera planeaba s los cristianos una cuestión: ¿Cuál es la respuesta del ministerio de Cristo? ¿Qué relación encontramos entre esta espera sacerdotal y el misterio de Cristo?.  A primera vista parecería que la respuesta es negativa, según lo que hemos señalado.  Jesús no era de la familia sacerdotal, su ministerio no se había presentado bajo el aspecto sacerdotal, su muerte lo colocaba completamente fuera del culto sacerdotal antiguo.  Pero en una reflexión más profunda la iglesia llego a percibir como el aspecto sacerdotal se encontraba presente en el ministerio de Cristo y más aún, que Cristo era el único sacerdote perfecto.  La carta a los hebreos también presenta como condición para llegar a sumo sacerdote la exigencia de una total asimilación con los demás hombres.  Cristo “…tenía que hacerse en todo semejantes a los hombres” (Heb 2, 17).
Ni la tradición bíblica antigua, ni la historia más cercana educaba las mentes hacia una exigencia de este tipo..
Lejos de habla de semeja o asimilación los textos del antiguo testamento subrayan más bien de una distinción y una separación.  Para entrar en contacto con las realidades sagradas, los levitas están puestos a parte.  Ellos no tienen hereda propia ente los hijos Israel (28, 23).
Los censos de los mismos es hecho por separados (num3, 15).
El sacerdocio lo convierte en diferente de todos los hombres
Cristo inicia su camino justamente en una dirección opuesta.  Para poder llegar a su sacerdocio, Cristo debe renunciar a todo privilegio y, todavía más aún debe humillarse hasta lo más bajo, y en vez de colocarse por encima del pueblo debe hacerse en todo semejante a los hermanos, aceptando hasta el hundimiento y la humillación de la pasión.


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